La propaganda es un
medio y debe ser considerada desde el punto de vista del objetivo al cual
sirve. Su forma, en consecuencia, tiene
que estar condicionada de modo que apoye el objetivo perseguido. Hitler buscaba
la libertad e independencia de su pueblo trataba de asegurar la subsistencia y el
porvenir, procuraba el honor de la nación. Para Hitler sin honra
se acostumbra a perder la libertad y la
independencia, tarde o temprano. Eso, a su vez, corresponde a una justicia más elevada, pues generaciones de vagabundos
sin honra no merecen la libertad. El pueblo alemán
luchó por el derecho a una humana existencia, y apoyar esa lucha debió haber
sido el objetivo de su propaganda de guerra. Las cuestiones
vitales de la importancia de la lucha por la vida de un pueblo anulan todas las
consideraciones de orden estético. La mayor fealdad en la vida humana es y será
siempre el yugo de la esclavitud.
La propaganda durante
la guerra era un medio para un determinado fin, y ese fin era la lucha por la
existencia del pueblo alemán. Según esto, las armas más crueles eran humanas,
si es que su empleo determinaba la pronta consecución de la victoria; y en este
orden, buenos eran sólo aquellos métodos capaces de contribuir a asegurarle a
la Nación la dignidad de su soberanía. Toda acción de
propaganda tiene que ser necesariamente popular y adaptar su nivel intelectual a
la capacidad receptiva del más limitado de aquellos a los cuales está
destinada. Es decir Adolfo Hitler pensaba que la propaganda de guerra debía y tenía
que ser dirigida a la mas, a la gente en multitud y no a los intelectuales,
para él la convicción sobre la masa
significaba tener aceptación y convicción para toda una nación. Era mejor tener
el apoyo de la mayoría que el apoyo de solo unos cuantos. El arte de la propaganda
reside justamente en la comprensión de la mentalidad y de los sentimientos de
la gran masa. La finalidad de la
propaganda no consiste en compulsar los derechos de los demás, sino en subrayar
con exclusividad el suyo propio. Durante toda la
guerra se emplearon los principios fundamentales reconocidos correctos, así
como las formas de ejecución, sin que se intentara nunca la más mínima modificación.
Al principio, esa táctica parecía descabellada en el atrevimiento de sus afirmaciones.
Se volvió más tarde desagradable, y al final creída. Y es así como al cabo de
cuatro años y medio estalló en Alemania una revolución, cuyo lema provenía de
la propaganda de guerra enemiga. Inglaterra se había
percatado de algo más al considerar que el éxito del arma espiritual de la
propaganda dependía de la magnitud de su empleo, y que ese éxito compensaba
plenamente todo esfuerzo económico.
La propaganda era
considerada allí como un arma de primer orden.

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