La propaganda enemiga había sido
difundida entre el año 1915, y desde
1916 se volvió cada vez más intensa, para transformarse finalmente, desde principios
de 1918, en una ola arrolladora. Se podía, entonces, a cada paso, reconocer los
efectos de esta conquista de las almas. El ejército alemán aprendía a pensar
rápidamente de acuerdo con lo que el enemigo deseaba. Nuestra respuesta, por el
contrario, fallaba estrepitosamente. Entre los cuadros de mando del Ejército
existía también la idea de aceptar la lucha en esos términos. Bajo el punto de
vista psicológico, se cometió un error, dejando que esas aclaraciones se
desarrollasen en el seno del propio Ejército. Para haber sido eficientes
deberían haber venido de la Nación. Sólo entonces se hubiese asegurado su éxito
entre hombres que desde hacía cuatro años escribían para la historia de su
Patria páginas inmortales, de inigualables hechos heroicos, logrados en medio
de las mayores dificultades y privaciones. Lo mismo ocurría en los frentes de batalla,
donde reinaba el silencio absoluto entre las tropas aliadas. Esos señores
habían perdido de repente la insolencia. También para ellos las cosas
comenzaron lentamente a aparecer bajo una luz desagradable. Su actitud interna
con relación al soldado alemán se había modificado. Hasta entonces, nuestros
soldados eran considerados como locos a quienes esperaba una derrota segura.

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