lunes, 25 de marzo de 2013

LA INICIACIÓN DE MI ACTIVIDAD POLÍTICA.


A fines de noviembre de 1918 volvió a Munich para incorporarse de nuevo al batallón de reserva de su regimiento, que ahora estaba sometido al "Consejo de Soldados". Allí el ambiente me fue tan repugnante que opté por retirarme cuanto antes.

En compañía de un leal camarada de guerra, Ernst Schmiedt, me trasladé a Traunstein, donde permanecí hasta la disolución del campamento.

En marzo de 1919 regreso a Munich. La situación en esta ciudad se había hecho insostenible y tendía irremediablemente a la prosecución del Movimiento revolucionario. La muerte de Eisner precipitó los acontecimientos y acabó por establecerse una pasajera dictadura soviética, mejor dicho, una hegemonía judaica tal como la habían soñado en sus orígenes los promotores de la Revolución.

Durante esta época, infinidad de planes pasaron por su mente. Días enteros meditaba sobre lo que podía hacer, pero llegaba siempre a la conclusión de que, debido al hecho de ser  un desconocido, no reunía los requisitos indispensables para garantizar el éxito de cualquier actuación, en la mañana del 27 de abril de 1919 debió  ser apresado, pero los tres sujetos encargados de cumplir la orden no tuvieron suficiente valor ante su fusil preparado, y se marcharon como habían venido.

Pocos días después de la liberación de Munich fue destinado a la comisión investigadora de los sucesos revolucionarios del 2° Regimiento de Infantería. Ésta fue mi primera actuación de carácter más o menos político.

Algunas semanas más tarde recibió la orden de tomar parte en un "curso" tuvo esto la importancia de brindarme la oportunidad de conocer a algunos camaradas que pensaban como él y con los cuales pude cambiar detenidamente ideas sobre la situación reinante. Todos sin excepción participábamos del firme convencimiento de que no serían los partidos. De ahí que en nuestro pequeño círculo surgiese la idea de formar un nuevo partido.

Los principios que entonces nos inspiraron fueron los mismos que más tarde iban a aplicarse prácticamente en la organización del Partido Alemán de los Trabajadores. El nombre del Movimiento que se iba a crear debía ofrecer desde un principio la posibilidad de acercamiento a la gran masa. Así es como nos vino a la mente el nombre de "Partido Social Adolf Revolucionario", y esto porque las tendencias de la nueva organización significaban realmente una revolución social.

“Hitler:-Por primera vez en su vida, asistí a una exposición de principios relativos al capital internacional, en lo que respecta a las transacciones de la bolsa y los préstamos. Después de escuchar la primera conferencia de Feder quedé convencido de haber encontrado la clave de una de las premisas esenciales para la fundación de un nuevo partido.

*En concepto, el mérito de Feder consistía en haber sabido precisar rotundamente el carácter tanto especulativo como económico del capital bancario y el de la Bolsa, y de haber, a su vez, puesto al descubierto la eterna condición de su razón de ser: el interés porcentual.
Las exposiciones de Feder eran tan ajustadas a la verdad en los problemas fundamentales, que sus críticos impugnaban menos la exactitud teórica de la idea que la posibilidad de su aplicación práctica. De esta forma, aquello que a los ojos de otros era considerado el lado débil de las ideas de Feder, constituía para mí su punto más fuerte.

No es tarea del teorizante establecer el grado posible de realización de una idea, sino el saber exponerla.Así, cuando el teorizante busca, en lugar de la verdad absoluta, tomar en consideración las llamadas "oportunidad" y "realidad", el teorizante de un Movimiento ideológico puntualiza la finalidad de éste; el político aspira a realizarla. El primero se subordina en su modo de pensar a la verdad eterna, en tanto que el segundo somete su manera de obrar a la realidad práctica. La grandeza de uno reside en la verdad absoluta y abstracta de su idea, la del otro en el punto de vista cierto en que se coloca con relación a los hechos y al aprovechamiento útil de los mismos, debiendo servir de guía a éste el objetivo del teorizante. En cuanto al éxito de los planes, esto es, la realización de esas acciones, pueden ser consideradas como piedra de toque en la importancia de un político, ya que nunca se podrá realizar la última intención del teorizante sin éste, pues al pensamiento humano le es dado comprender las verdades, adornar ideales claros como el cristal, sin embargo la realización de los mismos es demolida por la imperfección e insuficiencia humanas. Cuanto más abstractamente cierta, y, por tanto, más formidable fuera una idea, tanto más imposible se vuelve su realización, una vez que ésta depende de criaturas humanas. Es por eso que no se debe medir la importancia de los teorizantes por la realización de sus fines, y sí por la verdad de los mismos y por la influencia que ellos tuvieron en el desarrollo de la Humanidad

La gran divergencia entre los problemas del teorizante y los del político es uno de los motivos por los que casi nunca se encuentra una unión entre los dos, en una misma persona. Esto se aplica sobre todo al llamado político de "éxito", de pequeño porte, cuya actividad de facto no es nada más que el "arte de lo posible", como modestamente Bismarck denominaba a la política.

La realización de ideas destinadas a tener influencia sobre el futuro es poco lucrativa y sí muy raramente comprendida por la gran masa, a la que interesan más las reducciones de precio en la cerveza y en la leche que los grandes planes de futuro, de realización tardía y cuyo beneficio, al final, sólo será usufructuado por la posteridad.

Diferentes son las condiciones del teorizante. Su importancia casi siempre está en el futuro, por eso no es raro que se le considere lunático. Si el arte del político era considerado el arte de lo posible, se puede decir del idealista que él pertenece a aquellos que sólo agradan a los dioses cuando exigen o quieren lo imposible. Él tendrá casi siempre que renunciar al reconocimiento del presente; adquiere, por ello, en el caso de que sus ideas sean inmortales, la gloria de la posteridad.

En períodos raros de la historia de la Humanidad puede acontecer que el político y el idealista se reúnan en la misma persona. Cuanto más íntima fuese esa unión, tanto mayores serán las resistencias opuestas a la acción del político. Él no trabaja ya más para las necesidades al alcance del primer burgués, y sí por los ideales que sólo pocos comprenden. Es por eso que su vida es blanco del amor y del odio. La protesta del presente, que no comprende al hombre, lucha con el reconocimiento de la posteridad por la cual él trabaja.

Si en años nada le sonríe, es posible que en sus últimos días le circunde un tenue halo de gloria venidera. Es cierto que esos grandes hombres son los corredores del maratón de la Historia. La corona de laurel del presente se pone más comúnmente en las sienes del héroe moribundo.

Entre éstos se encuentran los grandes luchadores que, incomprendidos por el presente, están decididos a luchar por sus ideas y sus ideales. Son éstos los que, tarde o temprano, tocarán el corazón del pueblo. Hasta parece que cada uno siente el deber de, en el presente, redimir el pecado cometido en el pasado. Su vida y acción están acompañadas de cerca por la admiración conmovedoramente grata, lo que consigue, sobre todo en los días de tristeza, levantar corazones destrozados y almas desesperadas.

Pertenecen a esta clase no sólo los grandes estadistas, sino también los grandes reformadores. Al lado de Federico el Grande, figura aquí Martín Lutero, así como Richard Wagner.
En la primera conferencia de Gottfried Feder sobre la "abolición de la servidumbre del interés", me di cuenta inmediatamente de que se trataba de una verdad teórica de trascendental importancia para el futuro del pueblo alemán. La separación radical entre el capital bursátil y la economía nacional ofrecía la posibilidad de oponerse a la internacionalización de la economía alemana, sin comprometer al mismo tiempo, en la lucha contra el capital, la base de una autónoma conservación nacional. Yo presentía demasiado claro el desarrollo de Alemania para no saber que la lucha más intensa no debía ya dirigirse contra los pueblos enemigos, sino contra el capital internacional. En las palabras de Feder descubrí un lema grandioso para esa lucha del porvenir.

En cuanto a las apreciaciones hechas por los llamados hombres prácticos, se les puede responder de la siguiente manera: todos los recelos relativos a las terribles consecuencias económicas provenientes de la abolición de la "esclavitud del interés" son superfluos. Primero que nada, todas las recetas económicas hasta entonces empleadas han dado muy malos resultados al pueblo alemán

En segundo lugar se debe tomar nota de lo siguiente: Toda idea, por buena que ésta sea, se vuelve peligrosa cuando se la imagina ser un desiderátum, cuando en realidad no es más que un medio para un fin. Para mí y para todos los verdaderos nacional socialistas no existe más que una doctrina: Pueblo y Patria.

El objetivo por el cual tenemos que luchar es el de asegurar la existencia y el incremento de nuestra Raza y de nuestro pueblo; el sustento de sus hijos y la conservación de la pureza de su sangre; la libertad y la independencia de la Patria, para que nuestro pueblo pueda llegar a cumplir la misión que el Supremo Creador le tiene reservada.

Todo pensamiento y toda idea, toda enseñanza y toda sabiduría, deben servir a ese fin. Todo debe ser examinado bajo ese punto de vista y utilizado o desechado según la conveniencia. Así es como no existe teoría que se pueda imponer como doctrina de destrucción, pues todo tiene que servir a la vida.

Nuevamente comencé a enriquecer mis conocimientos y llegué a penetrar el contenido de la obra del judío Karl Marx. Su libro El capital empezó a hacérseme comprensible y, asimismo, la lucha de la social democracia contra la economía nacional, lucha que no persigue otro objetivo que preparar el terreno para la hegemonía del capitalismo internacional.

Aún en otro sentido fueron estos cursos de gran trascendencia para mí. Cierto día tomé parte en la discusión refutando a uno de los concurrentes que se creyó obligado a argumentar largamente en favor de los judíos. La gran mayoría de los miembros presentes del curso aprobó mi punto de vista. El resultado fue que días después se me destinó a un regimiento de la guarnición de Munich con el carácter de "oficial instructor".

Comencé mi labor con ahínco y amor. Tenía de repente la oportunidad de hablar delante de un auditorio mayor, y aquello que ya antiguamente, sin saber, aceptaba por puro sentimiento, se realizó: yo sabía "hablar". También la voz había mejorado bastante, hasta el punto de hacerme oír suficientemente en todos los rincones del pequeño compartimiento de los soldados.
No había misión que me hiciera más feliz que ésa, pues ahora, antes de mi salida, podría prestar servicios útiles a la institución que tan de cerca me tocaba el corazón: el Ejército.-"

 

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