En la primavera de 1912 se trasladó
definitivamente a Munich.
La ciudad le resultaba familiar,
ello provenía del hecho de que en sus estudios se hacía muchas referencias a
esa ciudad del arte alemán. Quien no conoce Munich no ha visto Alemania, quien
no visitó Munich no conoce el arte alemán.
Ese período anterior a la guerra
fue el más feliz y tranquilo de su vida. Aunque mis ingresos fuesen todavía muy
reducidos, no vivía para poder pintar, pero pintaba para así poder continuar
con sus estudios. Estaba convencido de
que un día conseguiría su objetivo. Eso le
hacía soportar con indiferencia todos los pequeños disgustos de la vida
cotidiana.
“Aumentó así más el gran amor que
ya tenía por aquella ciudad desde el primer instante de mi permanencia en ella.
¡Una ciudad alemana! ¡Qué diferencia con Viena! Me descomponía la sola idea de
pensar lo que era aquella Babilonia de razas. En Munich el modo de hablar era
muy parecido al mío y me recordaba la época de mi juventud, pero lo que más me
subyugó fue el maravilloso enlace de fuerza nativa con el fino ambiente
artístico de la ciudad y si hoy tengo predilección por Munich, como por ningún
otro lugar en el mundo, es sin duda porque esa ciudad está indisolublemente
ligada a la evolución de mi propia vida.”
Aparte de la práctica de trabajo
cotidiano, en Munich volvió a interesarle
sobre todo el estudio de los sucesos políticos de actualidad y,
particularmente, los relacionados con la política externa. Estos últimos
considerados a través de la política aliancista alemana con: Austria e Italia,
política que ya desde mi permanencia en Viena la conceptuaba como un completo error. Ya en aquella época
no podía comprender cómo el Reich se engañaba a sí mismo con la práctica de
aquella política.
Tuvo que constatar, en todas partes, que, incluso
en los círculos bien informados, no se tenía la más pálida idea del carácter de
la Monarquía de los Habsburgos. Cierto es que el pueblo estaba persuadido de
que el aliado debía ser considerado una potencia que, en la hora del peligro,
reaccionaría como un solo hombre. En el seno de la masa, se consideraba siempre
la Monarquía como un Estado "alemán" y se pensaba también poder
contar con ella. Se pensaba que la fuerza en ese caso también podía ser
computada por millares, como por ejemplo en la propia Alemania, y se olvidaba
completamente: 1') que, desde hacía mucho tiempo, Austria había dejado de ser
un Estado de carácter alemán; 2°) que las condiciones internas de aquel país,
cada vez más, tendían hacia la disgregación.
En aquel tiempo conocía mejor
aquella estructura del Estado que los funcionarios de la llamada
"diplomacia" oficial, la cual, como casi siempre, se inclinaba
ciegamente hacia la fatalidad.
Aquí sólo había cruel ironía y
sarcasmo para esa obra maestra de los "estadistas". En plena paz,
cuando los dos emperadores se intercambiaban el beso de la amistad, nadie
ocultaba que esa alianza desaparecería el día en que se intentase pasar de
mundo de la fantasía a la realidad práctica.
¡Cuánta excitación se produjo
cuando, algunos años después, llegada la hora de la prueba de la Triple
Alianza, Italia la abandonó, dejando a sus dos aliados para, al final,
transformarse en enemigo!
En Austria los únicos partidarios
de la idea de la Alianza eran los Habsburgos y los austro-alemanes. Los
Habsburgos, por el frío cálculo y la necesidad, y los alemanes de allá por
buena fe y por ingenuidad política; por buena fe, porque creían que con la
Triple Alianza se le prestaría al Reich Alemán, en sí, un gran servicio,
contribuyendo a garantizar su seguridad y su potencia; por ingenuidad política,
porque no sólo políticamente era irrealizable, sino que, por el contrario, se
cooperaba con ello a encadenar al Reich a un Estado ya cadavérico, que más
tarde debería arrastrar al abismo a ambos países. Y era ingenuidad, ante todo,
porque los austro-alemanes, en virtud de aquella alianza, fueron cayendo cada
vez más en el proceso de la desgermanización.
Porque, desde que los Habsburgos
creyeron que una alianza con el Reich podría librarles de cualquier
interferencia por parte de éste (y lamentablemente en eso tenían razón), ellos
quedaban libres para continuar su política de liberarse, gradualmente, de la
influencia germánica en el interior, con más facilidad y menos riesgo. Ellos
tenían que temer cualquier protesta por parte del gobierno alemán, que era
conocido por la "objetividad" de su punto de vista.
¿Qué podría hacer el alemán en
Austria, si el propio alemán del Reich mostraba reconocimiento y confianza en
el gobierno de los Habsburgo? ¿Debería ofrecer resistencia para después ser
acusado por toda la opinión pública alemana como traidor a la propia
nacionalidad? ¡A él, que desde hacía decenas de años estaba haciendo los
mayores sacrificios por su nacionalidad! ¿Qué valor, además, poseía esa
alianza, en el caso de que hubiese sido destruido el germanismo de la Monarquía
de los Habsburgos? ¿No era, para Alemania, el valor de la Triple Alianza,
dependiente de la mantención de la hegemonía alemana en Austria? ¿O se creía
por casualidad que incluso con la esclavización del Imperio de los Habsburgos
se podría mantener la Alianza?
¿Cuál fue por último la razón
para concertar una alianza con Austria? Ciertamente no otra que la de velar por
el futuro del Reich alemán en condiciones distintas de las que se habrían dado
estando éste solo. Mas ese futuro del Reich no podía ser otro que el
mantenimiento de la posibilidad de subsistencia del pueblo alemán.
El problema, por tanto, se
reducía a lo siguiente: ¿Cómo acondicionarla vida de la Nación alemana hacia un
futuro factible y cómo darle a ese proceso los fundamentos indispensables y la
necesaria seguridad dentro del marco general del poderío político europeo?
Analizadas con claridad las condiciones inherentes a la actividad de la
política externa alemana, se debía llegar a esta conclusión:
Adolf Hitler. Mi Lucha. Primera
Edición electrónica, 2003.Jusego-Chile. 82 Alemania cuenta anualmente con un
aumento de la población que asciende, más o menos, a 900.000 almas, de manera
que la dificultad de abastecer la subsistencia de este ejército de nuevos
súbditos tiene que ser año tras año mayor, para acabar un día
catastróficamente, si es que no se saben encontrar los medios de prevenir a
tiempo el peligro del hambre.
Cuatro eran los caminos a elegir
para contrarrestar un desarrollo de tan funestas consecuencias.
1°. Siguiendo el ejemplo de
Francia, se podría restringir artificialmente la natalidad y de este modo
evitar una superpoblación. La Naturaleza misma suele oponerse al aumento de
población en determinados países o en ciertas razas, y esto en épocas de hambre
o por condiciones climáticas desfavorables, así como tratándose de la escasa
fertilidad del suelo. Por cierto que la Naturaleza obra aquí sabiamente y sin
contemplaciones; no anula propiamente la capacidad de procreación, pero sí se
opone a la conservación de la prole al someter a ésta a rigurosas pruebas y
privaciones tan arduas, que todo el que no es fuerte y sano vuelve al seno de
lo desconocido. El que entonces sobrevive, a pesar de los rigores de la lucha
por la existencia, resulta mil veces experimentado, fuerte y apto para seguir
generando, de tal suerte que el proceso de la selección puede empezar de nuevo.
2°. Otro camino habría sido aquel
que aún hoy se propone a menudo y se ensalza como el mejor: la colonización
interior. Se trata aquí de una idea bien intencionada de muchos, pero al mismo
tiempo mal interpretada por los más y capaz de ocasionar el mayor de los daños
imaginables.
3°. Pudo adquirirse nuevos
territorios para colocar allí anualmente el superávit de millones de habitantes
y así mantener la Nación sobre la base de la propia subsistencia.
4°. O bien, decidirse a hacer que
nuestra industria y nuestro comercio produjeran para la demanda extranjera,
dando la posibilidad de vivir a costa de los beneficios resultantes. No
quedaba, pues, por elegir más que entre la política territorial y la comercial.
Estas dos posibilidades fueron consideradas, estudiadas, defendidas y también
combatidas desde muy diversos puntos de vista, hasta que finalmente se optó por
la última de ellas.




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