miércoles, 13 de marzo de 2013

MUNICH


En la primavera de 1912 se trasladó definitivamente a Munich.

La ciudad le resultaba familiar, ello provenía del hecho de que en sus estudios se hacía muchas referencias a esa ciudad del arte alemán. Quien no conoce Munich no ha visto Alemania, quien no visitó Munich no conoce el arte alemán.
Ese período anterior a la guerra fue el más feliz y tranquilo de su vida. Aunque mis ingresos fuesen todavía muy reducidos, no vivía para poder pintar, pero pintaba para así poder continuar con sus  estudios. Estaba convencido de que un día conseguiría su objetivo. Eso le  hacía soportar con indiferencia todos los pequeños disgustos de la vida cotidiana.

“Aumentó así más el gran amor que ya tenía por aquella ciudad desde el primer instante de mi permanencia en ella. ¡Una ciudad alemana! ¡Qué diferencia con Viena! Me descomponía la sola idea de pensar lo que era aquella Babilonia de razas. En Munich el modo de hablar era muy parecido al mío y me recordaba la época de mi juventud, pero lo que más me subyugó fue el maravilloso enlace de fuerza nativa con el fino ambiente artístico de la ciudad y si hoy tengo predilección por Munich, como por ningún otro lugar en el mundo, es sin duda porque esa ciudad está indisolublemente ligada a la evolución de mi propia vida.”
Aparte de la práctica de trabajo cotidiano, en Munich volvió a interesarle  sobre todo el estudio de los sucesos políticos de actualidad y, particularmente, los relacionados con la política externa. Estos últimos considerados a través de la política aliancista alemana con: Austria e Italia, política que ya desde mi permanencia en Viena la conceptuaba  como un completo error. Ya en aquella época no podía comprender cómo el Reich se engañaba a sí mismo con la práctica de aquella política.
Tuvo  que constatar, en todas partes, que, incluso en los círculos bien informados, no se tenía la más pálida idea del carácter de la Monarquía de los Habsburgos. Cierto es que el pueblo estaba persuadido de que el aliado debía ser considerado una potencia que, en la hora del peligro, reaccionaría como un solo hombre. En el seno de la masa, se consideraba siempre la Monarquía como un Estado "alemán" y se pensaba también poder contar con ella. Se pensaba que la fuerza en ese caso también podía ser computada por millares, como por ejemplo en la propia Alemania, y se olvidaba completamente: 1') que, desde hacía mucho tiempo, Austria había dejado de ser un Estado de carácter alemán; 2°) que las condiciones internas de aquel país, cada vez más, tendían hacia la disgregación.
En aquel tiempo conocía mejor aquella estructura del Estado que los funcionarios de la llamada "diplomacia" oficial, la cual, como casi siempre, se inclinaba ciegamente hacia la fatalidad.
Aquí sólo había cruel ironía y sarcasmo para esa obra maestra de los "estadistas". En plena paz, cuando los dos emperadores se intercambiaban el beso de la amistad, nadie ocultaba que esa alianza desaparecería el día en que se intentase pasar de mundo de la fantasía a la realidad práctica.
¡Cuánta excitación se produjo cuando, algunos años después, llegada la hora de la prueba de la Triple Alianza, Italia la abandonó, dejando a sus dos aliados para, al final, transformarse en enemigo!

En Austria los únicos partidarios de la idea de la Alianza eran los Habsburgos y los austro-alemanes. Los Habsburgos, por el frío cálculo y la necesidad, y los alemanes de allá por buena fe y por ingenuidad política; por buena fe, porque creían que con la Triple Alianza se le prestaría al Reich Alemán, en sí, un gran servicio, contribuyendo a garantizar su seguridad y su potencia; por ingenuidad política, porque no sólo políticamente era irrealizable, sino que, por el contrario, se cooperaba con ello a encadenar al Reich a un Estado ya cadavérico, que más tarde debería arrastrar al abismo a ambos países. Y era ingenuidad, ante todo, porque los austro-alemanes, en virtud de aquella alianza, fueron cayendo cada vez más en el proceso de la desgermanización.
Porque, desde que los Habsburgos creyeron que una alianza con el Reich podría librarles de cualquier interferencia por parte de éste (y lamentablemente en eso tenían razón), ellos quedaban libres para continuar su política de liberarse, gradualmente, de la influencia germánica en el interior, con más facilidad y menos riesgo. Ellos tenían que temer cualquier protesta por parte del gobierno alemán, que era conocido por la "objetividad" de su punto de vista.
¿Qué podría hacer el alemán en Austria, si el propio alemán del Reich mostraba reconocimiento y confianza en el gobierno de los Habsburgo? ¿Debería ofrecer resistencia para después ser acusado por toda la opinión pública alemana como traidor a la propia nacionalidad? ¡A él, que desde hacía decenas de años estaba haciendo los mayores sacrificios por su nacionalidad! ¿Qué valor, además, poseía esa alianza, en el caso de que hubiese sido destruido el germanismo de la Monarquía de los Habsburgos? ¿No era, para Alemania, el valor de la Triple Alianza, dependiente de la mantención de la hegemonía alemana en Austria? ¿O se creía por casualidad que incluso con la esclavización del Imperio de los Habsburgos se podría mantener la Alianza?

¿Cuál fue por último la razón para concertar una alianza con Austria? Ciertamente no otra que la de velar por el futuro del Reich alemán en condiciones distintas de las que se habrían dado estando éste solo. Mas ese futuro del Reich no podía ser otro que el mantenimiento de la posibilidad de subsistencia del pueblo alemán.
El problema, por tanto, se reducía a lo siguiente: ¿Cómo acondicionarla vida de la Nación alemana hacia un futuro factible y cómo darle a ese proceso los fundamentos indispensables y la necesaria seguridad dentro del marco general del poderío político europeo? Analizadas con claridad las condiciones inherentes a la actividad de la política externa alemana, se debía llegar a esta conclusión:
Adolf Hitler. Mi Lucha. Primera Edición electrónica, 2003.Jusego-Chile. 82 Alemania cuenta anualmente con un aumento de la población que asciende, más o menos, a 900.000 almas, de manera que la dificultad de abastecer la subsistencia de este ejército de nuevos súbditos tiene que ser año tras año mayor, para acabar un día catastróficamente, si es que no se saben encontrar los medios de prevenir a tiempo el peligro del hambre.
Cuatro eran los caminos a elegir para contrarrestar un desarrollo de tan funestas consecuencias.
1°. Siguiendo el ejemplo de Francia, se podría restringir artificialmente la natalidad y de este modo evitar una superpoblación. La Naturaleza misma suele oponerse al aumento de población en determinados países o en ciertas razas, y esto en épocas de hambre o por condiciones climáticas desfavorables, así como tratándose de la escasa fertilidad del suelo. Por cierto que la Naturaleza obra aquí sabiamente y sin contemplaciones; no anula propiamente la capacidad de procreación, pero sí se opone a la conservación de la prole al someter a ésta a rigurosas pruebas y privaciones tan arduas, que todo el que no es fuerte y sano vuelve al seno de lo desconocido. El que entonces sobrevive, a pesar de los rigores de la lucha por la existencia, resulta mil veces experimentado, fuerte y apto para seguir generando, de tal suerte que el proceso de la selección puede empezar de nuevo.
2°. Otro camino habría sido aquel que aún hoy se propone a menudo y se ensalza como el mejor: la colonización interior. Se trata aquí de una idea bien intencionada de muchos, pero al mismo tiempo mal interpretada por los más y capaz de ocasionar el mayor de los daños imaginables.
3°. Pudo adquirirse nuevos territorios para colocar allí anualmente el superávit de millones de habitantes y así mantener la Nación sobre la base de la propia subsistencia.
4°. O bien, decidirse a hacer que nuestra industria y nuestro comercio produjeran para la demanda extranjera, dando la posibilidad de vivir a costa de los beneficios resultantes. No quedaba, pues, por elegir más que entre la política territorial y la comercial. Estas dos posibilidades fueron consideradas, estudiadas, defendidas y también combatidas desde muy diversos puntos de vista, hasta que finalmente se optó por la última de ellas.








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