miércoles, 27 de marzo de 2013

EL PARTIDO BRERO ALEMÁN


Adolfo Hitler se unió al partido obrero alemán de una forma muy inesperada para él. La inspección e investigación al partido ya formado con el nombre de partido alemán obrero, se volvió una invitación y un pase directo a la afiliación al partido. Hitler fue mandado por su superior para investigar el funcionamiento de dicho partido que para el era totalmente desconocido. Es precisamente en esas épocas cuando también se tenía en funcionamiento el partido del centro y el marxismo por la cual la burguesía se veía afectada. Así fue como Hitler asistió a una conferencia de dicho partido, acto cual se le hizo bastante inesperado, pero también llamo su atención. Después de una semana de dicha conferencia a Hitler le llego una invitación en la cual se le avisaba el haber sido admitido al partido, asombrado Hitler de dicha invitación decidió mostrar su negativa, pues su filosofía política no le permitía aliarse a partidos ya formados, pues el mismo anhelaba formar un propio partido.
Cuando Hitler se presento a la reunión a presentar su negativa, comenzó a orientarse  sobre los detalles de la organización del partido, pero fuera de la enumeración de algunos postulados no había nada: ningún programa, ni un volante de propaganda, en fin, nada impreso. En realidad, sólo se contaba con fe y buena voluntad. Desde aquel momento desapareció para Hitler todo motivo de hilaridad y tomó la cosa en serio.
Lo que aquellos hombres sentían lo sentía también Hitler: era el ansia hacia un nuevo movimiento que fuese algo más de lo que era un partido tal como entonces indicaba, en el sentido corriente esta palabra. Se hallaba seguramente frente a la más grave cuestión de su vida: decarar su  adhesión o resolverse  por la negativa de aliarse.
Aquí se podía laborar y comprendió que cuanto más pequeño era el movimiento tanto más fácil resultaba encaminarlo bien. Además, en este círculo se podía precisar el carácter, la finalidad y el método, cosa en principio, impracticable tratándose de los partidos grandes. Fue así como creció en Hitler la convicción y la idea de que de un pequeño partido político, podía surgir un día la restauración nacional. Porque lo que en ese partido debía proclamarse era una nueva ideología y no un nuevo lema electoral.



lunes, 25 de marzo de 2013

LA INICIACIÓN DE MI ACTIVIDAD POLÍTICA.


A fines de noviembre de 1918 volvió a Munich para incorporarse de nuevo al batallón de reserva de su regimiento, que ahora estaba sometido al "Consejo de Soldados". Allí el ambiente me fue tan repugnante que opté por retirarme cuanto antes.

En compañía de un leal camarada de guerra, Ernst Schmiedt, me trasladé a Traunstein, donde permanecí hasta la disolución del campamento.

En marzo de 1919 regreso a Munich. La situación en esta ciudad se había hecho insostenible y tendía irremediablemente a la prosecución del Movimiento revolucionario. La muerte de Eisner precipitó los acontecimientos y acabó por establecerse una pasajera dictadura soviética, mejor dicho, una hegemonía judaica tal como la habían soñado en sus orígenes los promotores de la Revolución.

Durante esta época, infinidad de planes pasaron por su mente. Días enteros meditaba sobre lo que podía hacer, pero llegaba siempre a la conclusión de que, debido al hecho de ser  un desconocido, no reunía los requisitos indispensables para garantizar el éxito de cualquier actuación, en la mañana del 27 de abril de 1919 debió  ser apresado, pero los tres sujetos encargados de cumplir la orden no tuvieron suficiente valor ante su fusil preparado, y se marcharon como habían venido.

Pocos días después de la liberación de Munich fue destinado a la comisión investigadora de los sucesos revolucionarios del 2° Regimiento de Infantería. Ésta fue mi primera actuación de carácter más o menos político.

Algunas semanas más tarde recibió la orden de tomar parte en un "curso" tuvo esto la importancia de brindarme la oportunidad de conocer a algunos camaradas que pensaban como él y con los cuales pude cambiar detenidamente ideas sobre la situación reinante. Todos sin excepción participábamos del firme convencimiento de que no serían los partidos. De ahí que en nuestro pequeño círculo surgiese la idea de formar un nuevo partido.

Los principios que entonces nos inspiraron fueron los mismos que más tarde iban a aplicarse prácticamente en la organización del Partido Alemán de los Trabajadores. El nombre del Movimiento que se iba a crear debía ofrecer desde un principio la posibilidad de acercamiento a la gran masa. Así es como nos vino a la mente el nombre de "Partido Social Adolf Revolucionario", y esto porque las tendencias de la nueva organización significaban realmente una revolución social.

“Hitler:-Por primera vez en su vida, asistí a una exposición de principios relativos al capital internacional, en lo que respecta a las transacciones de la bolsa y los préstamos. Después de escuchar la primera conferencia de Feder quedé convencido de haber encontrado la clave de una de las premisas esenciales para la fundación de un nuevo partido.

*En concepto, el mérito de Feder consistía en haber sabido precisar rotundamente el carácter tanto especulativo como económico del capital bancario y el de la Bolsa, y de haber, a su vez, puesto al descubierto la eterna condición de su razón de ser: el interés porcentual.
Las exposiciones de Feder eran tan ajustadas a la verdad en los problemas fundamentales, que sus críticos impugnaban menos la exactitud teórica de la idea que la posibilidad de su aplicación práctica. De esta forma, aquello que a los ojos de otros era considerado el lado débil de las ideas de Feder, constituía para mí su punto más fuerte.

No es tarea del teorizante establecer el grado posible de realización de una idea, sino el saber exponerla.Así, cuando el teorizante busca, en lugar de la verdad absoluta, tomar en consideración las llamadas "oportunidad" y "realidad", el teorizante de un Movimiento ideológico puntualiza la finalidad de éste; el político aspira a realizarla. El primero se subordina en su modo de pensar a la verdad eterna, en tanto que el segundo somete su manera de obrar a la realidad práctica. La grandeza de uno reside en la verdad absoluta y abstracta de su idea, la del otro en el punto de vista cierto en que se coloca con relación a los hechos y al aprovechamiento útil de los mismos, debiendo servir de guía a éste el objetivo del teorizante. En cuanto al éxito de los planes, esto es, la realización de esas acciones, pueden ser consideradas como piedra de toque en la importancia de un político, ya que nunca se podrá realizar la última intención del teorizante sin éste, pues al pensamiento humano le es dado comprender las verdades, adornar ideales claros como el cristal, sin embargo la realización de los mismos es demolida por la imperfección e insuficiencia humanas. Cuanto más abstractamente cierta, y, por tanto, más formidable fuera una idea, tanto más imposible se vuelve su realización, una vez que ésta depende de criaturas humanas. Es por eso que no se debe medir la importancia de los teorizantes por la realización de sus fines, y sí por la verdad de los mismos y por la influencia que ellos tuvieron en el desarrollo de la Humanidad

La gran divergencia entre los problemas del teorizante y los del político es uno de los motivos por los que casi nunca se encuentra una unión entre los dos, en una misma persona. Esto se aplica sobre todo al llamado político de "éxito", de pequeño porte, cuya actividad de facto no es nada más que el "arte de lo posible", como modestamente Bismarck denominaba a la política.

La realización de ideas destinadas a tener influencia sobre el futuro es poco lucrativa y sí muy raramente comprendida por la gran masa, a la que interesan más las reducciones de precio en la cerveza y en la leche que los grandes planes de futuro, de realización tardía y cuyo beneficio, al final, sólo será usufructuado por la posteridad.

Diferentes son las condiciones del teorizante. Su importancia casi siempre está en el futuro, por eso no es raro que se le considere lunático. Si el arte del político era considerado el arte de lo posible, se puede decir del idealista que él pertenece a aquellos que sólo agradan a los dioses cuando exigen o quieren lo imposible. Él tendrá casi siempre que renunciar al reconocimiento del presente; adquiere, por ello, en el caso de que sus ideas sean inmortales, la gloria de la posteridad.

En períodos raros de la historia de la Humanidad puede acontecer que el político y el idealista se reúnan en la misma persona. Cuanto más íntima fuese esa unión, tanto mayores serán las resistencias opuestas a la acción del político. Él no trabaja ya más para las necesidades al alcance del primer burgués, y sí por los ideales que sólo pocos comprenden. Es por eso que su vida es blanco del amor y del odio. La protesta del presente, que no comprende al hombre, lucha con el reconocimiento de la posteridad por la cual él trabaja.

Si en años nada le sonríe, es posible que en sus últimos días le circunde un tenue halo de gloria venidera. Es cierto que esos grandes hombres son los corredores del maratón de la Historia. La corona de laurel del presente se pone más comúnmente en las sienes del héroe moribundo.

Entre éstos se encuentran los grandes luchadores que, incomprendidos por el presente, están decididos a luchar por sus ideas y sus ideales. Son éstos los que, tarde o temprano, tocarán el corazón del pueblo. Hasta parece que cada uno siente el deber de, en el presente, redimir el pecado cometido en el pasado. Su vida y acción están acompañadas de cerca por la admiración conmovedoramente grata, lo que consigue, sobre todo en los días de tristeza, levantar corazones destrozados y almas desesperadas.

Pertenecen a esta clase no sólo los grandes estadistas, sino también los grandes reformadores. Al lado de Federico el Grande, figura aquí Martín Lutero, así como Richard Wagner.
En la primera conferencia de Gottfried Feder sobre la "abolición de la servidumbre del interés", me di cuenta inmediatamente de que se trataba de una verdad teórica de trascendental importancia para el futuro del pueblo alemán. La separación radical entre el capital bursátil y la economía nacional ofrecía la posibilidad de oponerse a la internacionalización de la economía alemana, sin comprometer al mismo tiempo, en la lucha contra el capital, la base de una autónoma conservación nacional. Yo presentía demasiado claro el desarrollo de Alemania para no saber que la lucha más intensa no debía ya dirigirse contra los pueblos enemigos, sino contra el capital internacional. En las palabras de Feder descubrí un lema grandioso para esa lucha del porvenir.

En cuanto a las apreciaciones hechas por los llamados hombres prácticos, se les puede responder de la siguiente manera: todos los recelos relativos a las terribles consecuencias económicas provenientes de la abolición de la "esclavitud del interés" son superfluos. Primero que nada, todas las recetas económicas hasta entonces empleadas han dado muy malos resultados al pueblo alemán

En segundo lugar se debe tomar nota de lo siguiente: Toda idea, por buena que ésta sea, se vuelve peligrosa cuando se la imagina ser un desiderátum, cuando en realidad no es más que un medio para un fin. Para mí y para todos los verdaderos nacional socialistas no existe más que una doctrina: Pueblo y Patria.

El objetivo por el cual tenemos que luchar es el de asegurar la existencia y el incremento de nuestra Raza y de nuestro pueblo; el sustento de sus hijos y la conservación de la pureza de su sangre; la libertad y la independencia de la Patria, para que nuestro pueblo pueda llegar a cumplir la misión que el Supremo Creador le tiene reservada.

Todo pensamiento y toda idea, toda enseñanza y toda sabiduría, deben servir a ese fin. Todo debe ser examinado bajo ese punto de vista y utilizado o desechado según la conveniencia. Así es como no existe teoría que se pueda imponer como doctrina de destrucción, pues todo tiene que servir a la vida.

Nuevamente comencé a enriquecer mis conocimientos y llegué a penetrar el contenido de la obra del judío Karl Marx. Su libro El capital empezó a hacérseme comprensible y, asimismo, la lucha de la social democracia contra la economía nacional, lucha que no persigue otro objetivo que preparar el terreno para la hegemonía del capitalismo internacional.

Aún en otro sentido fueron estos cursos de gran trascendencia para mí. Cierto día tomé parte en la discusión refutando a uno de los concurrentes que se creyó obligado a argumentar largamente en favor de los judíos. La gran mayoría de los miembros presentes del curso aprobó mi punto de vista. El resultado fue que días después se me destinó a un regimiento de la guarnición de Munich con el carácter de "oficial instructor".

Comencé mi labor con ahínco y amor. Tenía de repente la oportunidad de hablar delante de un auditorio mayor, y aquello que ya antiguamente, sin saber, aceptaba por puro sentimiento, se realizó: yo sabía "hablar". También la voz había mejorado bastante, hasta el punto de hacerme oír suficientemente en todos los rincones del pequeño compartimiento de los soldados.
No había misión que me hiciera más feliz que ésa, pues ahora, antes de mi salida, podría prestar servicios útiles a la institución que tan de cerca me tocaba el corazón: el Ejército.-"

 

domingo, 24 de marzo de 2013

LA REVOLUCIÓN

La propaganda enemiga había sido difundida entre  el año 1915, y desde 1916 se volvió cada vez más intensa, para transformarse finalmente, desde principios de 1918, en una ola arrolladora. Se podía, entonces, a cada paso, reconocer los efectos de esta conquista de las almas. El ejército alemán aprendía a pensar rápidamente de acuerdo con lo que el enemigo deseaba. Nuestra respuesta, por el contrario, fallaba estrepitosamente. Entre los cuadros de mando del Ejército existía también la idea de aceptar la lucha en esos términos. Bajo el punto de vista psicológico, se cometió un error, dejando que esas aclaraciones se desarrollasen en el seno del propio Ejército. Para haber sido eficientes deberían haber venido de la Nación. Sólo entonces se hubiese asegurado su éxito entre hombres que desde hacía cuatro años escribían para la historia de su Patria páginas inmortales, de inigualables hechos heroicos, logrados en medio de las mayores dificultades y privaciones. Lo mismo ocurría en los frentes de batalla, donde reinaba el silencio absoluto entre las tropas aliadas. Esos señores habían perdido de repente la insolencia. También para ellos las cosas comenzaron lentamente a aparecer bajo una luz desagradable. Su actitud interna con relación al soldado alemán se había modificado. Hasta entonces, nuestros soldados eran considerados como locos a quienes esperaba una derrota segura.




miércoles, 20 de marzo de 2013

PROPAGANDA DE GUERRA

Para Hitler la propaganda de guerra del enemigo fue de gran enseñanza para la vida política.

La propaganda es un medio y debe ser considerada desde el punto de vista del objetivo al cual sirve.  Su forma, en consecuencia, tiene que estar condicionada de modo que apoye el objetivo perseguido. Hitler buscaba la libertad e independencia de su pueblo  trataba de asegurar la subsistencia y el porvenir, procuraba el honor de la nación. Para Hitler sin honra se acostumbra a  perder la libertad y la independencia, tarde o temprano. Eso, a su vez, corresponde a una justicia  más elevada, pues generaciones de vagabundos sin honra no merecen la libertad. El pueblo alemán luchó por el derecho a una humana existencia, y apoyar esa lucha debió haber sido el objetivo de su propaganda de guerra. Las cuestiones vitales de la importancia de la lucha por la vida de un pueblo anulan todas las consideraciones de orden estético. La mayor fealdad en la vida humana es y será siempre el yugo de la esclavitud.

La propaganda durante la guerra era un medio para un determinado fin, y ese fin era la lucha por la existencia del pueblo alemán. Según esto, las armas más crueles eran humanas, si es que su empleo determinaba la pronta consecución de la victoria; y en este orden, buenos eran sólo aquellos métodos capaces de contribuir a asegurarle a la Nación la dignidad de su soberanía. Toda acción de propaganda tiene que ser necesariamente popular y adaptar su nivel intelectual a la capacidad receptiva del más limitado de aquellos a los cuales está destinada. Es decir Adolfo Hitler pensaba que la propaganda de guerra debía y tenía que ser dirigida a la mas, a la gente en multitud y no a los intelectuales, para él la convicción sobre la  masa significaba tener aceptación y convicción para toda una nación. Era mejor tener el apoyo de la mayoría que el apoyo de solo unos cuantos. El arte de la propaganda reside justamente en la comprensión de la mentalidad y de los sentimientos de la gran masa. La finalidad de la propaganda no consiste en compulsar los derechos de los demás, sino en subrayar con exclusividad el suyo propio. Durante toda la guerra se emplearon los principios fundamentales reconocidos correctos, así como las formas de ejecución, sin que se intentara nunca la más mínima modificación. Al principio, esa táctica parecía descabellada en el atrevimiento de sus afirmaciones. Se volvió más tarde desagradable, y al final creída. Y es así como al cabo de cuatro años y medio estalló en Alemania una revolución, cuyo lema provenía de la propaganda de guerra enemiga. Inglaterra se había percatado de algo más al considerar que el éxito del arma espiritual de la propaganda dependía de la magnitud de su empleo, y que ese éxito compensaba plenamente todo esfuerzo económico.
La propaganda era considerada allí como un arma de primer orden.



martes, 19 de marzo de 2013

LA GUERRA MUNDIAL

Dice Hitler:

"Nada me había entristecido tanto en los agitados años de mi juventud como la idea de haber nacido en una época que parecía erigir sus templos de gloria exclusivamente para comerciantes y funcionarios"

Los acontecimientos históricos daban la impresión de haber llegado a un grado de aplacamiento que bien podía creerse que el futuro pertenecía realmente sólo a la "competencia pacífica de los pueblos" o, lo que es lo mismo, a un tranquilo y mutuo engaño con exclusión de métodos violentos de acción. Los Estados iban asumiendo cada vez más el papel de empresas que se socavaban recíprocamente y que también recíprocamente se arrebataban clientes y pedidos, tratando de aventajarse los unos a los
otros por todos los medios posibles y todo esto en medio de grandes e inofensivos alteraciones.

Cuando en Múnich se difundió la noticia del asesinato del Archiduque Francisco Fernando (estaba en casa y oí sólo vagamente lo ocurrido), me invadió en el primer momento el temor de que tal vez el plomo homicida procediese de la pistola de algún estudiante alemán que, irritado por la constante labor de eslavización que fomentaba el heredero del trono austriaco, hubiese intentado salvar al pueblo alemán de aquel enemigo interior.
Es injusto hacer pesar hoy críticas sobre el gobierno vienés de entonces acerca de la forma y del contenido de su ultimátum a Serbia.

El Estado entero se encontraba en sus últimos años, de tal manera dependiente de la vida de Francisco José, que la muerte de ese hombre, tradicional personalización del Imperio, equivaldría, en el sentir de la masa popular, a la muerte del propio Imperio.

¿Sería posible imaginar a la vieja Austria sin su viejo Emperador?

Evidentemente que no es justo atribuirles a los círculos oficiales de Viena el haber instado a la guerra, pensando que quizá se la hubiera podido evitar todavía. Esto ya no era posible; cuanto más, se habría podido aplazar por uno o dos años. Pero en esto residía precisamente la maldición que pesaba sobre la diplomacia alemana y también sobre la austriaca, que siempre tendían a dilatar las soluciones inevitables, para luego verse obligadas a actitudes decisivas en el momento menos oportuno.

La Socialdemocracia se había empeñado desde decenios atrás en realizar la más infame agitación belicosa contra Rusia, y el partido católico había hecho del Estado austriaco, por razones de índole religiosa, el punto de referencia capital de la política alemana. Por fin había llegado el momento de soportar las consecuencias de tan absurda orientación.

El error del gobierno alemán, deseando mantener la paz a toda costa, fue el de haber dejado pasar siempre el momento propicio para tomar la iniciativa, aferrado como estaba a su política aliancista con la que creía servir a la paz universal y que, a la postre, le condujo únicamente a ser la víctima de una coalición mundial que, a su ansia de conservar la paz, le opuso una inquebrantable decisión de ir a la guerra.

 


miércoles, 13 de marzo de 2013

MUNICH


En la primavera de 1912 se trasladó definitivamente a Munich.

La ciudad le resultaba familiar, ello provenía del hecho de que en sus estudios se hacía muchas referencias a esa ciudad del arte alemán. Quien no conoce Munich no ha visto Alemania, quien no visitó Munich no conoce el arte alemán.
Ese período anterior a la guerra fue el más feliz y tranquilo de su vida. Aunque mis ingresos fuesen todavía muy reducidos, no vivía para poder pintar, pero pintaba para así poder continuar con sus  estudios. Estaba convencido de que un día conseguiría su objetivo. Eso le  hacía soportar con indiferencia todos los pequeños disgustos de la vida cotidiana.

“Aumentó así más el gran amor que ya tenía por aquella ciudad desde el primer instante de mi permanencia en ella. ¡Una ciudad alemana! ¡Qué diferencia con Viena! Me descomponía la sola idea de pensar lo que era aquella Babilonia de razas. En Munich el modo de hablar era muy parecido al mío y me recordaba la época de mi juventud, pero lo que más me subyugó fue el maravilloso enlace de fuerza nativa con el fino ambiente artístico de la ciudad y si hoy tengo predilección por Munich, como por ningún otro lugar en el mundo, es sin duda porque esa ciudad está indisolublemente ligada a la evolución de mi propia vida.”
Aparte de la práctica de trabajo cotidiano, en Munich volvió a interesarle  sobre todo el estudio de los sucesos políticos de actualidad y, particularmente, los relacionados con la política externa. Estos últimos considerados a través de la política aliancista alemana con: Austria e Italia, política que ya desde mi permanencia en Viena la conceptuaba  como un completo error. Ya en aquella época no podía comprender cómo el Reich se engañaba a sí mismo con la práctica de aquella política.
Tuvo  que constatar, en todas partes, que, incluso en los círculos bien informados, no se tenía la más pálida idea del carácter de la Monarquía de los Habsburgos. Cierto es que el pueblo estaba persuadido de que el aliado debía ser considerado una potencia que, en la hora del peligro, reaccionaría como un solo hombre. En el seno de la masa, se consideraba siempre la Monarquía como un Estado "alemán" y se pensaba también poder contar con ella. Se pensaba que la fuerza en ese caso también podía ser computada por millares, como por ejemplo en la propia Alemania, y se olvidaba completamente: 1') que, desde hacía mucho tiempo, Austria había dejado de ser un Estado de carácter alemán; 2°) que las condiciones internas de aquel país, cada vez más, tendían hacia la disgregación.
En aquel tiempo conocía mejor aquella estructura del Estado que los funcionarios de la llamada "diplomacia" oficial, la cual, como casi siempre, se inclinaba ciegamente hacia la fatalidad.
Aquí sólo había cruel ironía y sarcasmo para esa obra maestra de los "estadistas". En plena paz, cuando los dos emperadores se intercambiaban el beso de la amistad, nadie ocultaba que esa alianza desaparecería el día en que se intentase pasar de mundo de la fantasía a la realidad práctica.
¡Cuánta excitación se produjo cuando, algunos años después, llegada la hora de la prueba de la Triple Alianza, Italia la abandonó, dejando a sus dos aliados para, al final, transformarse en enemigo!

En Austria los únicos partidarios de la idea de la Alianza eran los Habsburgos y los austro-alemanes. Los Habsburgos, por el frío cálculo y la necesidad, y los alemanes de allá por buena fe y por ingenuidad política; por buena fe, porque creían que con la Triple Alianza se le prestaría al Reich Alemán, en sí, un gran servicio, contribuyendo a garantizar su seguridad y su potencia; por ingenuidad política, porque no sólo políticamente era irrealizable, sino que, por el contrario, se cooperaba con ello a encadenar al Reich a un Estado ya cadavérico, que más tarde debería arrastrar al abismo a ambos países. Y era ingenuidad, ante todo, porque los austro-alemanes, en virtud de aquella alianza, fueron cayendo cada vez más en el proceso de la desgermanización.
Porque, desde que los Habsburgos creyeron que una alianza con el Reich podría librarles de cualquier interferencia por parte de éste (y lamentablemente en eso tenían razón), ellos quedaban libres para continuar su política de liberarse, gradualmente, de la influencia germánica en el interior, con más facilidad y menos riesgo. Ellos tenían que temer cualquier protesta por parte del gobierno alemán, que era conocido por la "objetividad" de su punto de vista.
¿Qué podría hacer el alemán en Austria, si el propio alemán del Reich mostraba reconocimiento y confianza en el gobierno de los Habsburgo? ¿Debería ofrecer resistencia para después ser acusado por toda la opinión pública alemana como traidor a la propia nacionalidad? ¡A él, que desde hacía decenas de años estaba haciendo los mayores sacrificios por su nacionalidad! ¿Qué valor, además, poseía esa alianza, en el caso de que hubiese sido destruido el germanismo de la Monarquía de los Habsburgos? ¿No era, para Alemania, el valor de la Triple Alianza, dependiente de la mantención de la hegemonía alemana en Austria? ¿O se creía por casualidad que incluso con la esclavización del Imperio de los Habsburgos se podría mantener la Alianza?

¿Cuál fue por último la razón para concertar una alianza con Austria? Ciertamente no otra que la de velar por el futuro del Reich alemán en condiciones distintas de las que se habrían dado estando éste solo. Mas ese futuro del Reich no podía ser otro que el mantenimiento de la posibilidad de subsistencia del pueblo alemán.
El problema, por tanto, se reducía a lo siguiente: ¿Cómo acondicionarla vida de la Nación alemana hacia un futuro factible y cómo darle a ese proceso los fundamentos indispensables y la necesaria seguridad dentro del marco general del poderío político europeo? Analizadas con claridad las condiciones inherentes a la actividad de la política externa alemana, se debía llegar a esta conclusión:
Adolf Hitler. Mi Lucha. Primera Edición electrónica, 2003.Jusego-Chile. 82 Alemania cuenta anualmente con un aumento de la población que asciende, más o menos, a 900.000 almas, de manera que la dificultad de abastecer la subsistencia de este ejército de nuevos súbditos tiene que ser año tras año mayor, para acabar un día catastróficamente, si es que no se saben encontrar los medios de prevenir a tiempo el peligro del hambre.
Cuatro eran los caminos a elegir para contrarrestar un desarrollo de tan funestas consecuencias.
1°. Siguiendo el ejemplo de Francia, se podría restringir artificialmente la natalidad y de este modo evitar una superpoblación. La Naturaleza misma suele oponerse al aumento de población en determinados países o en ciertas razas, y esto en épocas de hambre o por condiciones climáticas desfavorables, así como tratándose de la escasa fertilidad del suelo. Por cierto que la Naturaleza obra aquí sabiamente y sin contemplaciones; no anula propiamente la capacidad de procreación, pero sí se opone a la conservación de la prole al someter a ésta a rigurosas pruebas y privaciones tan arduas, que todo el que no es fuerte y sano vuelve al seno de lo desconocido. El que entonces sobrevive, a pesar de los rigores de la lucha por la existencia, resulta mil veces experimentado, fuerte y apto para seguir generando, de tal suerte que el proceso de la selección puede empezar de nuevo.
2°. Otro camino habría sido aquel que aún hoy se propone a menudo y se ensalza como el mejor: la colonización interior. Se trata aquí de una idea bien intencionada de muchos, pero al mismo tiempo mal interpretada por los más y capaz de ocasionar el mayor de los daños imaginables.
3°. Pudo adquirirse nuevos territorios para colocar allí anualmente el superávit de millones de habitantes y así mantener la Nación sobre la base de la propia subsistencia.
4°. O bien, decidirse a hacer que nuestra industria y nuestro comercio produjeran para la demanda extranjera, dando la posibilidad de vivir a costa de los beneficios resultantes. No quedaba, pues, por elegir más que entre la política territorial y la comercial. Estas dos posibilidades fueron consideradas, estudiadas, defendidas y también combatidas desde muy diversos puntos de vista, hasta que finalmente se optó por la última de ellas.








lunes, 11 de marzo de 2013

REFLEXIONES POLÍTICAS EN VIENA



El hombre que haya llegado a los 30 años tendrá aún mucho que aprender en el curso de su vida, pero esto únicamente a manera de una complementación dentro del marco ya determinado por la concepción ideológica adoptada en principio.
Un Führer que se vea obligado a abandonar la plataforma de su ideología general por haberse dado cuenta de que esta era falsa, obrará honradamente sólo, cuando reconociendo lo erróneo de su criterio, se halle dispuesto a asumir todas las consecuencias.
Se presentó la primera dificultad en el caso del Parlamento de Viena. Cuando el danés Hansen había concluido el último pináculo del palacio de mármol destinado a los representantes del pueblo, no le quedó otro recurso que el de apelar al arte clásico para adaptar motivos ornamentales. Figuras de estadistas y de filósofos griegos y romanos hermosean esta teatral residencia de la "democracia occidental" y a manera de simbólica ironía están representados sobre la cúspide del edificio cuadrigas que se separan partiendo hacia los cuatro puntos cardinales, como cabal expresión de lo que en el interior del Parlamento ocurría entonces.

La característica más remarcable del parlamentarismo democrático consiste en que se elige un cierto número, supongamos 500 hombres o también mujeres en los últimos tiempos, y se les concede a éstos la atribución de adoptar en cada caso una decisión definitiva.

El movimiento pangermanista carecía precisamente del apoyo de las masas populares y no le quedaba por lo tanto otra solución que la de ir al parlamento mismo. Ya en aquella época, Viena estaba tan saturada de elementos extranjeros, especialmente de checos, que tratándose de problemas relacionados con la cuestión racial, sólo una marcada tolerancia podía mantenerlos adictos a un partido que no era antigermanista por principio. El propósito de salvar a Austria imponía no renunciar al concurso de esos elementos; así es cómo mediante una lucha de oposición contra el sistema liberalista de Manchester, se intentó ganar ante todo a los pequeños artesanos checos, representados en gran número en Viena; pensábase que de esta manera, por encima de todas las diferencias raciales de la vieja Austria, habríase encontrado un lema para la lucha contra el judaísmo desde el punto de vista religioso.Es claro que una acción contra los judíos sobre una base semejante podía causarles a éstos sólo una relativa inquietud.

domingo, 10 de marzo de 2013

LAS EXPERIENCIAS DE MI VIDA EN VIENA


Adolfo Hitler, el mismo cuenta su experiencia nada fácil cuando llego a la ciudad de Viena, lo describe como algo trágico pero a la vez oportuno ese lapso e su vida, pues fue en ese entonces cuando Hitler hace una muy objetiva critica de la Vida que se daba en ese país, la abúndate diferencia entre los ricos y los pobres, la diferencia de lo que es ser un simple peón como lo fue el, a ser una persona perteneciente a la clase alta y refinada. Pero lo más impórtate y que puntualiza mucho en este capítulo es la falta de nacionalización, como él lo llama falta de "orgullo nacional" y la falta de moral de las personas para sentirse pertenecientes y ser fieles a sus principios nacionales. Hitler describe como empezó a trabajar de peón para ganarse el pan de cada día y así mismo describe la vida de las personas que experimentaban y vivía la falta de comida y sustento. También cuenta que después empezó a valerse por sí mismo y fue acuarelista y dibujante que fue posible para lograr el complemento teórico necesario para su  apreciación íntima del problema social.
Hitler narra en tal capitulo el cómo impugnaba ante la opinión de la gente, los esclavos, los trabajadores acerca de temas como la religión, política, educación él lo tomaba como algo infame, creía y decía que todo aquello era infame, así pues empezó a estudiar, defender los derechos de los trabajadores a través de los sindicatos, empezó a crear su propio criterio hacia Viena y su organización y detalla como de débil cosmopolita debió convertirse en antisemita fanático.
Entre los puntos más importantes de este capítulo encontramos:
Hitler dice  No se olvide que “parvenu” es todo aquel que por propio esfuerzo sale de la clase social en que vive para situarse en un nivel superior. Ese batallar, con frecuencia muy rudo, acaba por destruir el sentimiento de conmiseración. La propia dolorosa lucha por la existencia anula toda comprensión para la miseria de los relegados. De la desigualdad social existente describe:

NO CABE EN EL CRITERIO DE TALES GENTES COMPRENDER QUE UNA ACCIÓN SOCIAL NO PUEDE EXIGIR ELTRIBUTO DE LA GRATITUD PORQUE ELLA NO PRODIGA MERCEDES, SINO QUE ESTÁ DESTINADA A RESTITUIRDERECHOS.


Durante mi lucha por la existencia, en Viena, me di cuenta de que la obra de acción social jamás puede consistir en un ridículo e inútil lirismo de beneficencia, sino en la eliminación de aquellas deficiencias que son fundamentales en la estructura económico-cultural de nuestra vida y que constituyen el origen de la degeneración del individuo o por lo menos de su mala inclinación.  
El problema de la “nacionalización” de un pueblo consiste, en primer término en crear sanas condiciones sociales como base de la educación individual. Porque solo aquel que haya aprendido en el hogar y en la escuela a apreciar la grandeza cultural y económica.

Como la socialdemocracia conoce por propia experiencia la importancia de la fuerza, cae con furor sobre aquellos en los cuales supone la existencia de ese casi raro elemento, e inversamente, halaga a los espíritus débiles del bando opuesto, cautelosa o abiertamente, según la calidad moral que tengan o que se les atribuya. La socialdemocracia teme menos a un hombre de genio, impotente y falto de carácter, que a uno dotado de fuerza natural, aunque huérfano de vuelo intelectual. Esta es una táctica que responde al preciso cálculo de todas las debilidades humanas y que tiene que conducir casi matemáticamente al éxito, si es que el partido opuesto no sabe que el gas asfixiante se contrarresta sólo con el gas asfixiante. A los espíritus pusilánimes hay que recalcarles que en esto se trata del ser o del no ser.

Como consecuencia del hecho de que la burguesía en infinidad de casos, procediendo del modo más desatinado e inmortal, oponía resistencia hasta a las exigencias más humanamente justificadas. Solo el conocimiento del judaísmo da la clave para la comprensión de los verdaderos propósitos de la social democracia. 

sábado, 9 de marzo de 2013

EN EL HOGAR PATERNO: Adolf Hitler



Como es a bien saber de todos ustedes, Adolf Hitler nació en la pequeña ciudad de Braunau am Inn; Braunau, Berlín Alemania en 1889. Esta insignificante población fue, hace más de cien años, escenario de un trágico suceso que conmovió a toda la Nación alemana, su nombre quedaría inmortalizado por lo menos en los anales de la historia de Alemania.
En la época de la más terrible humillación impuesta a nuestra patria, rindió allí su vida el librero de Nürnberg, Johannes Palm, obstinado nacionalista y enemigo de los franceses. Se había negado rotundamente a delatar a sus cómplices revolucionarios, mejor dicho, a los verdaderos promotores. Murió igual que Leo Schlageter, y como éste, Johannes Palm fue también denunciado a Francia por un funcionario. Un director de policía de Augsburgo cobró la triste fama de la denuncia y creó con ello el tipo de las autoridades alemanas del tiempo del señor Severing.
En esa pequeña ciudad sobre el Inn, bávara de origen, austríaca políticamente, y ennoblecida por el martirologio alemán vivieron sus padres, allá por el año 1890. Su padre era un leal y honrado funcionario. Su madre, ocupada en los quehaceres del hogar, tuvo siempre para sus hijos invariable y cariñosa solicitud. Pronto su padre tuvo que abandonar el lugar que había ganado su afecto, para ir a ocupar un nuevo puesto en Passau, es decir, en Alemania. Su padre, hijo de un simple y pobre campesino, no había podido resignarse en su juventud a permanecer en la casa paterna.
Salió en busca de un mejor horizonte, todos en la aldea le decían que no lo hiciera, por que pronto iba a desfallecer. Al llegar a la gran urbe hizo cursos en un taller, pero aun con la idea de que su papá de Hitler merecía algo más, salió en busca de su gran sueño. a los 23 años ya era funcionario en Alemania. Ni el reconocía a su aldea ni su aldea a él.
Adolf Hitler por esos tiempos ya comenzaba a forjarse sus propios ideales, sin embargo, el no compartiría el mismo gusto por el trabajo de su padre. Sus grandes dotes de orador en ese entonces ya comenzaban a desarrollarse, en la escuela era difícil de pillar. Participaba en el coro de las fiestas parroquiales, y ese gusto por hablar le duro aunque no por mucho tiempo.
En el estante de libros de su padre, encontró diversas obras militares. Desde ese entonces, la lectura relacionada con la vida militar o la guerra pronto la acogió como su lectura predilecta.
En ese entonces ya su padre, pensando y basado en sus experiencias de niño, él sabía que su hijo debía ser como él: un gran funcionario, ya no que en la vida no valía nada más que el trabajo mismo del individuo. Por primera vez en su vida, Adolf Hitler a la edad de 11 años, tuvo que enfrentarse a su padre para decirle que él no quería ser funcionario. Hitler sin lugar a duda tenía un vasto conocimiento desde pequeño, le gustaba pasar tiempo al aire libre. A los 13 años, Hitler opone su proyecto de vida contra el de su padre, y curiosamente se da cuenta que tenía vocación para la pintura.

Más tarde Hitler, hizo de la Historia su materia predilecta. Ya en ese tiempo fascinado por la lectura comenzó a forjarse como un joven revolucionario. Cuando cumple 13 años, su padre muere por un ataque de apoplejía. Su madre, guardando la última voluntad de su esposo y padre de Hitler, siguió instruyéndolo para funcionario, pero una enfermedad pulmonar vino en su ayuda: el médico le aconsejo a su madre que en lo absoluto impidiera que Hitler se dedicara a trabajos de oficina. Dos años más tarde, muere su madre. Afligido por el dolor que le causo y totalmente desamparado económicamente, con una maleta en mano y la voluntad inquebrantable de ser "alguien" en la vida (pero menos funcionario) Adolf Hitler salió a Viena.



miércoles, 6 de marzo de 2013

continuación

 continuación de la lectura http://imperiohitler.blogspot.mx/2013/02/continuación.html

Surgió entonces el problema de los turistas-inmigrantes. Ante las amenazas de Eichmann, y frustrados por la necesidad de obtener permisos de inmigración, algunas decenas de judíos alemanes y austríacos llegaron a Veracruz con visados de turistas, válidos por seis meses, confiando en que, una vez en México, lograrían legalizar su situación. La llegada de inmigrantes ilegales y carentes de recursos cogió desprevenido al Comité Pro Refugiados. En septiembre, el Comité empezó a ayudar a muchos de ellos, que no podían mantenerse a sí mismos por estarles vedado el trabajar. Se atendió a sus necesidades inmediatas estableciendo un hogar de refugiados, pero seguía en pie el problema de su situación, una vez expirasen sus visados. La Secretaría de Gobernación no esperó tanto.
El 6 de octubre de 1938, agentes secretos inspeccionaron el hogar de refugiados, interrogaron a los inmigrantes y confiscaron su documentación. Al día siguiente, se arrestó a catorce de estos turistas-inmigrantes y luego se les dejó en libertad, dándoles treinta días para salir de México, o sea mucho antes de la fecha de expiración de sus visados. Desesperados, esos "turistas" declararon que preferían suicidarse a ser deportados, y así el Comité Pro Refugiados tuvo que hacer frente a la tarea de salvarlos. El argumento de que eran refugiados políticos recibió un rechazo tajante de la Secretaría de Gobernación, la cual emitió un comunicado declarando que se trataba de falsos turistas y no de refugiados políticos, según México entendía ese término, y que no se podía autorizar su permanencia ya que el Comité Intergubernamental todavía no había determinado cuáles serían las obligaciones de México respecto a refugiados.
El 22 de octubre, estando aún por decidirse la suerte de los catorce refugiados, llegó a Veracruz en el barco Orinoco otro grupo de 22 "turistas" judíos. Las autoridades de migración, avisadas de antemano, no los dejaron desembarcar. El barco siguió a Tampico y volvió a Veracruz, antes de zarpar de regreso para Europa vía Cuba. Ese itinerario dejaba tiempo para hacer diligencias: de Estados Unidos llegaron solicitudes dirigidas al Presidente Cárdenas; en la capital, la Cámara de Comercio Israelita solicitó su admisión temporaria y se ofreció a garantizar su salida; a su vez, el Comité Pro Refugiados envió un delegado al puerto, para lo que más tarde describió como "verdadero comercio en seres humanos". Todo fue inútil: el Orinoco tuvo que zarpar de regreso con 21 de los turistas-refugiados.
El lo de noviembre de 1938 llegó otro barco, el Iberie, con quince judíos alemanes a bordo, que fueron más afortunados, porque el agente del Comité Pro Refugiados logró, mediante un pago, que se les dejara desembarcar. Tal fue el carácter de aquella inmigración: personas aisladas o pequeños grupos, ingresando subrepticiamente al país.