A fines de noviembre de 1918
volvió a Munich para incorporarse de nuevo al batallón de reserva de su regimiento,
que ahora estaba sometido al "Consejo de Soldados". Allí el ambiente
me fue tan repugnante que opté por retirarme cuanto antes.
En compañía de un leal
camarada de guerra, Ernst Schmiedt, me trasladé a Traunstein, donde permanecí
hasta la disolución del campamento.
En marzo de 1919 regreso a
Munich. La situación en esta ciudad se había hecho insostenible y tendía
irremediablemente a la prosecución del Movimiento revolucionario. La muerte de
Eisner precipitó los acontecimientos y acabó por establecerse una pasajera
dictadura soviética, mejor dicho, una hegemonía judaica tal como la habían
soñado en sus orígenes los promotores de la Revolución.
Durante esta época,
infinidad de planes pasaron por su mente. Días enteros meditaba sobre lo que
podía hacer, pero llegaba siempre a la conclusión de que, debido al hecho de
ser un desconocido, no reunía los
requisitos indispensables para garantizar el éxito de cualquier actuación, en
la mañana del 27 de abril de 1919 debió ser apresado, pero los tres sujetos encargados
de cumplir la orden no tuvieron suficiente valor ante su fusil preparado, y se
marcharon como habían venido.
Pocos días después de la
liberación de Munich fue destinado a la comisión investigadora de los sucesos
revolucionarios del 2° Regimiento de Infantería. Ésta fue mi primera
actuación de carácter más o menos político.
Algunas semanas más tarde
recibió la orden de tomar parte en un "curso" tuvo esto la
importancia de brindarme la oportunidad de conocer a algunos camaradas que
pensaban como él y con los cuales pude cambiar detenidamente ideas sobre la
situación reinante. Todos sin excepción participábamos del firme convencimiento
de que no serían los partidos. De ahí que en nuestro pequeño círculo surgiese
la idea de formar un nuevo partido.
Los principios que entonces
nos inspiraron fueron los mismos que más tarde iban a aplicarse prácticamente
en la organización del Partido Alemán de los Trabajadores. El nombre del
Movimiento que se iba a crear debía ofrecer desde un principio la posibilidad de
acercamiento a la gran masa. Así es como nos vino a la mente el nombre de
"Partido Social Adolf Revolucionario", y esto porque las tendencias
de la nueva organización significaban realmente una revolución social.
“Hitler:-Por primera vez en
su vida, asistí a una exposición de principios relativos al capital
internacional, en lo que respecta a las transacciones de la bolsa y los
préstamos. Después de escuchar la primera conferencia de Feder quedé convencido
de haber encontrado la clave de una de las premisas esenciales para la
fundación de un nuevo partido.
*En concepto, el mérito de
Feder consistía en haber sabido precisar rotundamente el carácter tanto
especulativo como económico del capital bancario y el de la Bolsa, y de haber,
a su vez, puesto al descubierto la eterna condición de su razón de ser: el
interés porcentual.
Las exposiciones de Feder
eran tan ajustadas a la verdad en los problemas fundamentales, que sus críticos
impugnaban menos la exactitud teórica de la idea que la posibilidad de su
aplicación práctica. De esta forma, aquello que a los ojos de otros era considerado
el lado débil de las ideas de Feder, constituía para mí su punto más fuerte.
No es tarea del teorizante
establecer el grado posible de realización de una idea, sino el saber
exponerla.Así, cuando el teorizante busca, en lugar de la verdad absoluta,
tomar en consideración las llamadas "oportunidad" y
"realidad", el teorizante de un Movimiento ideológico puntualiza la
finalidad de éste; el político aspira a realizarla. El primero se subordina en
su modo de pensar a la verdad eterna, en tanto que el segundo somete su manera
de obrar a la realidad práctica. La grandeza de uno reside en la verdad
absoluta y abstracta de su idea, la del otro en el punto de vista cierto en que
se coloca con relación a los hechos y al aprovechamiento útil de los mismos,
debiendo servir de guía a éste el objetivo del teorizante. En cuanto al éxito
de los planes, esto es, la realización de esas acciones, pueden ser
consideradas como piedra de toque en la importancia de un político, ya que
nunca se podrá realizar la última intención del teorizante sin éste, pues al
pensamiento humano le es dado comprender las verdades, adornar ideales claros
como el cristal, sin embargo la realización de los mismos es demolida por la
imperfección e insuficiencia humanas. Cuanto más abstractamente cierta, y, por
tanto, más formidable fuera una idea, tanto más imposible se vuelve su
realización, una vez que ésta depende de criaturas humanas. Es por eso que no
se debe medir la importancia de los teorizantes por la realización de sus fines,
y sí por la verdad de los mismos y por la influencia que ellos tuvieron en el
desarrollo de la Humanidad

La gran divergencia entre
los problemas del teorizante y los del político es uno de los motivos por los
que casi nunca se encuentra una unión entre los dos, en una misma persona. Esto
se aplica sobre todo al llamado político de "éxito", de pequeño porte,
cuya actividad de facto no es nada más que el "arte de lo posible",
como modestamente Bismarck denominaba a la política.
La realización de ideas
destinadas a tener influencia sobre el futuro es poco lucrativa y sí muy
raramente comprendida por la gran masa, a la que interesan más las reducciones
de precio en la cerveza y en la leche que los grandes planes de futuro, de realización
tardía y cuyo beneficio, al final, sólo será usufructuado por la posteridad.
Diferentes son las
condiciones del teorizante. Su importancia casi siempre está en el futuro, por
eso no es raro que se le considere lunático. Si el arte del político era considerado
el arte de lo posible, se puede decir del idealista que él pertenece a aquellos
que sólo agradan a los dioses cuando exigen o quieren lo imposible. Él tendrá
casi siempre que renunciar al reconocimiento del presente; adquiere, por ello,
en el caso de que sus ideas sean inmortales, la gloria de la posteridad.
En períodos raros de la
historia de la Humanidad puede acontecer que el político y el idealista se
reúnan en la misma persona. Cuanto más íntima fuese esa unión, tanto mayores
serán las resistencias opuestas a la acción del político. Él no trabaja ya más
para las necesidades al alcance del primer burgués, y sí por los ideales que
sólo pocos comprenden. Es por eso que su vida es blanco del amor y del odio. La
protesta del presente, que no comprende al hombre, lucha con el reconocimiento
de la posteridad por la cual él trabaja.
Si en años nada le sonríe,
es posible que en sus últimos días le circunde un tenue halo de gloria
venidera. Es cierto que esos grandes hombres son los corredores del maratón de
la Historia. La corona de laurel del presente se pone más comúnmente en las
sienes del héroe moribundo.
Entre éstos se encuentran
los grandes luchadores que, incomprendidos por el presente, están decididos a
luchar por sus ideas y sus ideales. Son éstos los que, tarde o temprano,
tocarán el corazón del pueblo. Hasta parece que cada uno siente el deber de, en
el presente, redimir el pecado cometido en el pasado. Su vida y acción están acompañadas
de cerca por la admiración conmovedoramente grata, lo que consigue, sobre todo
en los días de tristeza, levantar corazones destrozados y almas desesperadas.
Pertenecen a esta clase no
sólo los grandes estadistas, sino también los grandes reformadores. Al lado de
Federico el Grande, figura aquí Martín Lutero, así como Richard Wagner.
En la primera conferencia de
Gottfried Feder sobre la "abolición de la servidumbre del interés",
me di cuenta inmediatamente de que se trataba de una verdad teórica de
trascendental importancia para el futuro del pueblo alemán. La separación radical
entre el capital bursátil y la economía nacional ofrecía la posibilidad de
oponerse a la internacionalización de la economía alemana, sin comprometer al
mismo tiempo, en la lucha contra el capital, la base de una autónoma conservación
nacional. Yo presentía demasiado claro el desarrollo de Alemania para no saber
que la lucha más intensa no debía ya dirigirse contra los pueblos enemigos,
sino contra el capital internacional. En las palabras de Feder descubrí un lema
grandioso para esa lucha del porvenir.
En cuanto a las
apreciaciones hechas por los llamados hombres prácticos, se les puede responder
de la siguiente manera: todos los recelos relativos a las terribles consecuencias
económicas provenientes de la abolición de la "esclavitud del
interés" son superfluos. Primero que nada, todas las recetas económicas
hasta entonces empleadas han dado muy malos resultados al pueblo alemán
En segundo lugar se debe
tomar nota de lo siguiente: Toda idea, por buena que ésta sea, se vuelve
peligrosa cuando se la imagina ser un desiderátum, cuando en realidad no es más
que un medio para un fin. Para mí y para todos los verdaderos nacional socialistas
no existe más que una doctrina: Pueblo y Patria.
El objetivo por el cual
tenemos que luchar es el de asegurar la existencia y el incremento de nuestra
Raza y de nuestro pueblo; el sustento de sus hijos y la conservación de la
pureza de su sangre; la libertad y la independencia de la Patria, para que nuestro
pueblo pueda llegar a cumplir la misión que el Supremo Creador le tiene reservada.
Todo pensamiento y toda
idea, toda enseñanza y toda sabiduría, deben servir a ese fin. Todo debe ser
examinado bajo ese punto de vista y utilizado o desechado según la conveniencia.
Así es como no existe teoría que se pueda imponer como doctrina de destrucción,
pues todo tiene que servir a la vida.
Nuevamente comencé a
enriquecer mis conocimientos y llegué a penetrar el contenido de la obra del
judío Karl Marx. Su libro El capital empezó a hacérseme comprensible y,
asimismo, la lucha de la social democracia contra la economía nacional, lucha
que no persigue otro objetivo que preparar el terreno para la hegemonía del capitalismo
internacional.
Aún en otro sentido fueron
estos cursos de gran trascendencia para mí. Cierto día tomé parte en la
discusión refutando a uno de los concurrentes que se creyó obligado a argumentar
largamente en favor de los judíos. La gran mayoría de los miembros presentes
del curso aprobó mi punto de vista. El resultado fue que días después se me destinó
a un regimiento de la guarnición de Munich con el carácter de "oficial
instructor".
Comencé mi labor con ahínco
y amor. Tenía de repente la oportunidad de hablar delante de un auditorio
mayor, y aquello que ya antiguamente, sin saber, aceptaba por puro sentimiento,
se realizó: yo sabía "hablar". También la voz había mejorado bastante,
hasta el punto de hacerme oír suficientemente en todos los rincones del pequeño
compartimiento de los soldados.
No había misión que me
hiciera más feliz que ésa, pues ahora, antes de mi salida, podría prestar
servicios útiles a la institución que tan de cerca me tocaba el corazón: el Ejército.-"