jueves, 4 de abril de 2013

PUEBLO Y RAZA.

Hay verdades de tal forma diseminadas por todas partes, que están tan a la vista de todos que, precisamente por eso, el vulgo no las ve, o por lo menos no las reconoce. Se pasa como un ciego frecuentemente delante de estas verdades y se muestra la máxima sorpresa cuando, de repente, alguien descubre lo que todos, por consiguiente, deberían saber desde siempre.

Así peregrinan los hombres en el jardín de la Naturaleza y se imaginan saberlo y conocerlo todo, pasando, con muy pocas excepciones, como ciegos junto a uno de los más trascendentales principios de la vida: el aislamiento de las especies entre sí.
El papel del más fuerte es dominar. No se debe mezclar con el más débil, sacrificando así su propia grandeza. Solamente un débil de nacimiento podrá ver en eso una crueldad, lo que se explica por su complexión débil y limitada. Cierto es que, si tal ley no prevaleciese, sería imposible pensar en cualquier perfeccionamiento en el desarrollo de los seres vivos en general.
Ese instinto que actúa en toda la Naturaleza, esa tendencia ala purificación racial, tiene como consecuencia no sólo levantar una barrera poderosa entre cada raza y el mundo exterior, sino también mantener las disposiciones naturales, La diferencia sólo pod residir en ciertas variaciones de su fuerza, robustez, agilidad o resistencia, verificada en cada uno individualmente. Nunca se supondrá, sin embargo, a una raposa manifestando a un ganso sentimientos humanitarios, de la misma manera que no existe un gato con tendencia favorable a un ratón.
Si, por una parte, la Naturaleza desea poco la asociación individual de los más débiles con los más fuertes, menos todavía la fusión de una raza superior con una inferior. Eso se traduciría en un golpe casi mortal dirigido contra todo su trabajo ulterior de perfeccionamiento, ejecutado tal vez a través de centenas de milenios.
También la historia humana ofrece innumerables ejemplos de este orden.
También la historia humana ofrece innumerables ejemplos de este orden, ya que demuestra con asombrosa claridad que toda mezcla de sangre aria con la de pueblos inferiores tuvo por resultado la ruina de la raza de cultura superior. La América del Norte, cuya población se compone en su mayor parte de elementos germanos, que se mezclaron sólo en mínima escala con los pueblos de color, racialmente inferiores, representa un mundo étnico y una civilización diferente de lo que son los pueblos -de la América Central y la del Sur, países en los cuales los emigrantes, principalmente de origen latino, se mezclaron en gran escala con los elementos aborígenes. Este solo ejemplo permite claramente  darse  cuenta  del  efecto  producido  por  la  mezcla  de  razas.  El  elemento germano de la América del Norte, que racialmente conservó su pureza, se ha convertido en el señor del continente americano y mantendrá esa posición mientras no caiga en la ignominia de mezclar su sangre.
En pocas palabras, el resultado del cruzamiento de razas es, por tanto, siempre el siguiente:
a) Rebajamiento del nivel de la raza más fuerte;
b) Regresión física e intelectual y, con ello, el comienzo de una enfermedad que avanza lenta,  pero  segura.  Provocar  semejante  cosa  es  un  atentado  contra  la  voluntad  del Creador. El castigo también corresponde al pecado. Tratando de rebelarse contra la lógica férrea de la Naturaleza, el hombre entra en conflicto con los principios fundamentales a los que él mismo debe exclusivamente su existencia en el seno de la Humanidad. De ese modo,  ese  procedimiento  de  pugna  contra  las  leyes  de  la  Naturaleza  sólo  le  puede conducir a su propia ruina. Es oportuno repetir la afirmación del pacifista moderno, tan estúpida como genuinamente judaica en su petulancia: "¡El hombre vence a la propia Naturaleza!".
el  hombre  no  inventa,  sino  que descubre lo ya existente; es decir, él no domina la Naturaleza. Por tanto, primero la lucha, después, tal vez, el pacifismo. En el caso contrario, la Humanidad habría pasado el punto culminante de su desarrollo resultando, al final, no el imperio de cualquier idea moral, sino la barbarie y la confusión
Todo cuanto hoy admiramos en el mundo - ciencia y arte, técnica e inventos- no es otra cosa que el producto de la actividad creadora de un mero reducido de pueblos y quizá, en sus orígenes, hasta de una sola razaTodas  las  grandes  culturas.  del  pasado  cayeron  en  la  decadencia  debido únicamente a que la raza de la cual habían surgido envenenó su sangre. La causa
última desemejante decadencia fue siempre el hecho de que el hombre olvidó que toda cultura depende de él y no viceversa; que para conservar una cultura definida, el hombre que la construyó también precisa ser conservado. 

 "la Naturaleza desea poco la asociación individual de los más débiles con los más fuertes, menos todavía la fusión de una raza superior con una inferior."
Adolf Hitler.


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