El 24 de febrero de 1920, se
dieron las directrices y líneas
principales de una lucha cuya finalidad era barrer el estercolero de ideas y
puntos de vista obsoletos, así como los objetivos perniciosos vigentes. En el
putrefacto y acobardado mundo burgués, y frente al cortejo triunfal de la ola
marxista en movimiento, debía aparecer una nueva fuerza para detener, a última
hora, el carro del Destino.
Era natural que el nuevo
Movimiento pudiese esperar asumir la importancia necesaria y obtener la fuerza
requerida para su gigantesca lucha, únicamente en el caso de que desde el
primer momento lograra despertar, en el alma de sus partidarios, la sagrada convicción
de que este movimiento no significaba imponer a la vida política un nuevo lema
electoral, sino hacer que una concepción ideológica distinta, de trascendencia capital,
llegara a triunfar. Los parlamentarios hicieron la
última asamblea popular, que sólo se renovará cinco años más tarde; y, abandonando
la domesticación de la plebe, se entregan al desempeño de sus altas y
agradables funciones. Se disuelve la "comisión del programa" y la
lucha por la reforma de las instituciones reviste de nuevo la modalidad de lucha
por el querido pan nuestro de cada día, por la "dieta", como la
llaman los diputados. El "señor representante del
pueblo", elegido por un período de cinco años, se encamina todas las
mañanas al Congreso y llega por lo menos hasta la antesala, donde encuentra la
lista de asistencia. Sacrificándose por el bienestar del pueblo, inscribe allí
su ilustre nombre y toma, a cambio de ello, la muy merecida dieta que le
corresponde como insignificante recompensa por éste, su continuado y agobiante
trabajo.Al finalizar el cuarto año de su
mandato, o también en otras horas críticas, cuando se aproxima la fecha de la
disolución del Parlamento, invade súbitamente a los señores diputados un inusitado
impulso y las orugas parlamentarias salen, cual mariposas de su crisálida, para
ir volandoal seno del "querido" pueblo.
El marxismo marchará con la
democracia hasta que consiga, por vía indirecta, sus fines criminales: obtener
el apoyo del espíritu nacional y luego proceder a su extirpación. Si el marxismo
vislumbrara que nuestra democracia parlamentaria es un peligro que podría repentinamente
producir una mayoría que incluso apoyara una legislación que se enfrentase
seriamente al marxismo, entonces, abandonaría su ilusión parlamentaria y los portaestandartes
de la Internacional roja, en lugar de un llamamiento a la conciencia democrática,
dirigirían una incendiaria proclama a las masas proletarias y la lucha se trasplantaría
inmediatamente del aire viciado de las salas de sesiones de nuestros parlamentarios
a las fábricas y las calles.
La democracia quedaría después
liquidada; y lo que no consiguiera la habilidad intelectual de los
"apóstoles del pueblo" lo conseguirían, con la rapidez del relámpago,
como sucedió en el otoño de 1918, la avalancha y el martillo de las excitadas
masas proletarias. Eso enseñaría elocuentemente al mundo burgués cómo es de
insensato el imaginar que, con los recursos de la democracia liberal, es
posible resistir a la conquista judaica del mundo. La lucha política, en todos los
partidos que se dicen de orientación burguesa, se reduce en verdad a la sola
disputa de es caños parlamentarios, en cuanto que las convicciones y los
principios se echan por la borda cual lastre; los programas políticos están
adaptados, por cierto, a tal estado de cosas.
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