lunes, 1 de abril de 2013

LAS CAUSAS DEL DESASTRE.



La extensión de la caída de cualquier cuerpo es siempre medida por la distancia entre su posición en ese momento y la que ocupaba anteriormente. Lo mismo acontece con la ruina de los pueblos y de los Estados. La posición primitiva tiene, por eso, una importancia capital. Sólo aquel que se esfuerza por rebasar los límites naturales podrá caer y arruinarse. A todos los que sienten y piensan, la ruina del Imperio se les aparece bajo un aspecto grave y horrible, pues el colapso está visto desde una altura que, ante la magnitud de las desgracias actuales, difícilmente pueden medir. La fundación del Reich fue como un suceso áureo, por la grandiosidad del acontecimiento, ya que exaltó a la Nación entera. Después de una serie incomparable de victorias y como premio al heroísmo inmortal, surgió, al fin -para los hijos y los nietos- la realidad de un Reich. Consciente o inconscientemente, poco importa, los alemanes estaban todos imbuidos del sentimiento de que el Imperio no debía su existencia a los manejos del Parlamento y sus partidos, sino, por el contrario, a la manera sublime con que fuera fundado. Éste se elevaba muy por encima de la media de los otros Estados. La Nación había alcanzado ingentes bienes materiales, y la dignidad del Estado- y con él, la de todo el pueblo- se hallaba resguardada y garantizada por un Ejército que evidenciaba la diferencia entre la nueva situación y la de la antigua Confederación Germánica.
Tan profunda es ahora la caída que afecta al Reich y al pueblo alemán, que todo el mundo - como dominado por el vértigo- dala impresión de haber perdido en el primer momento los sentidos y la razón. Apenas si es posible rememorar lo que fue él más alto nivel de antes; lleno de ensueño y casi irreales parecen ahora la grandeza y el esplendor de aquellos tiempos, comparados con la miseria de hoy. Sólo así se explica también que, cegados por lo que fue aquel apogeo, se hubiesen olvidado de buscar los síntomas del formidable desastre, que ya antes debieron haber existido latentes en alguna forma. Naturalmente eso es aplicable a aquellos para los cuales Alemania era alguna cosa más que un campo para ganar y despilfarrar dinero, pues sólo aquellos pueden ver, en la situación actual, una verdadera catástrofe, al paso que los otros sólo se preocupan por la satisfacción de sus apetitos, hasta entonces ilimitados.

Ahí está la razón por la que tantas personas nunca consiguen pasar del conocimiento de los hechos externos, que incluso confunden con las causas y cuya existencia, inclusive, se complacen en negar. De ahí que aún hoy la mayoría de nosotros vea principalmente la causa del desastre alemán en la crisis económica general y sus consecuencias, que afectan personalmente a casi todos; razón ésta de peso para que cada uno se haga idea de la magnitud de la catástrofe. La gran masa sabe aquilatar todavía mucho menos la trascendencia político-cultural y moral del desastre. Y aquí es donde para muchos se anulan por completo la sensibilidad y la razón. El problema de la investigación de las causas de la ruina alemana es, por eso, de importancia decisiva, sobre todo tratándose de un Movimiento político cuyo objetivo, por tanto, debe ser la solución de la crisis. En una investigación de esta naturaleza a través del pasado, se debe evitar confundir los hechos que más saltan a la vista con las causas menos visibles. Probablemente muchos creen sinceramente en ese absurdo, pero en la mayoría de los casos, ese argumento es una mentira consciente. Esta última afirmación se ajusta perfectamente a aquellos que se comprimen, alrededor del cepo gubernamental. El cuerpo de funcionarios públicos alemanes y la máquina administrativa se caracterizaban por su independencia con relación a los gobiernos, cuyas ideas transitorias sobre la política no afectaban su posición. Después de la Revolución todo eso fue profundamente modificado. Las contingencias partidarias sustituirían a la competencia y a la habilidad y, de ahí en adelante, el hecho de tener él funcionario un carácter independiente, en lugar de una recomendación, pasó a ser una desventaja. Sobre su constitución estatal, su Ejército y su organización administrativa, descansaban la fuerza y el poderío admirables del antiguo Imperio. Ésas eran las tres causas primordiales de virtud que hoy le faltan al Gobierno alemán, esto es, la autoridad del Estado. Esa autoridad no se apoya en la palabrería de los parlamentos y dietas, ni en leyes de protección, ni en sentencias judiciales destinadas a amedrentar a los cobardes, mentirosos, etcétera, sino en la confianza general que la dirección política y administrativa de un país pude y debe inspirar. Esa confianza es el resultado de una absoluta certeza del desinterés y de la honestidad de la política y de la administración de un país y de la armonía del espíritu de sus leyes con los principios morales del pueblo.
Ningún sistema de gobierno puede mantenerse por mucho tiempo solamente basado en la fuerza, pero sí por la confianza pública en la excelencia del mismo y por el pundonor de los representantes y de los defensores de los intereses colectivos. Por más que ciertos males amenazasen, ya antes de la Guerra, corroer y minar la fuerza de la Nación, no se debe olvidar que otros países sufrían todavía más de esa misma enfermedad y, a pesar de ello, no por eso en la hora crítica del peligro cesaban de luchar o se arruinaban. Si se considera que frente a las deficiencias que existieron en Alemania había también antes de la guerra poderosos aspectos favorables, llegaremos a la conclusión de que la causa inicial del desastre de 1918 debe buscarse en otro terreno diferente, y, en efecto, éste es el caso. La mayor y más profunda de las causas que determinaron la ruina del Imperio residía en el hecho de no haber reconocido oportunamente la trascendencia que tiene el problema racial para la evolución de los pueblos.  Todos los acontecimientos en la vida de las naciones no son obras de la casualidad, si no consecuencias naturales de la necesidad imperiosa de la conservación y de la multiplicación de la especie y de la Raza. Al no reconocerlo, los hombres no siempre se dan cuenta del fundamento íntimo de sus acciones.

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