Ya en los años de
1920 y 1921, los círculos anticuados de la burguesía, acusaron incesantemente a
nuestro movimiento de mantener una posición negativa frente al Estado actual, y
de esta acusación la politiquería partidista de todos los sectores hizo derivar
el derecho de iniciar, por todos los medios, la lucha opresora contra la joven
e incómoda protagonista de una nueva concepción ideológica. Se había olvidado
de que el mismo burgués de nuestros días era ya incapaz de imaginar bajo el
concepto “Estado” un organismo homogéneo y tampoco existía, ni podía existir,
una definición concreta para el mismo. A esto se agrega que en nuestras
universidades, suelen haber a menudo “difundidores” en forma de catedráticos de
Derecho Público, cuya “suprema tarea” consiste en elucubrar explicaciones e
interpretaciones sobre la existencia del Estado al cual deben el pan cotidiano.
En términos generales, se puede distinguir tres criterios diferentes:
a) El grupo de los
que ven en el Estado simplemente una asociación, más o menos espontánea, de
gentes sometidas al poder de un gobierno. En el solo hecho de la existencia de
un Estado, radica, para ellos, una sagrada inviolabilidad. En un abrir y cerrar
de ojos, se transforma en la mentalidad de esas gentes el medio en un fin.
b) El segundo, no
admite que la autoridad del Estado represente la única y exclusiva razón de ser
de éste, sino que, al mismo tiempo, le corresponde la misión de fomentar el
bienestar de sus súbditos. La idea de “libertad”, libertad generalmente mal
entendida, se intercala en la concepción que esos círculos tienen del Estado.
La forma de gobierno ya no parece inviolable por el solo hecho de su
existencia; se la analiza más bien desde el punto de vista de su conveniencia.
c) El tercer grupo
cree ver en el Estado un medio para la realización de tendencias imperialistas,
a menudo vagamente formuladas dentro de este Estado, de un pueblo homogéneo y
del mismo idioma. En los últimos cien años cómo infinidad de veces, pero con la
mejor buena fe, se jugó con la palabra “germanizar”. En su juventud precisamente
esta palabra sugería ideas falsas. En los círculos pangermanistas mismos, se
podía escuchar, en aquellos tiempos, la absurda opinión de que en Austria, los
alemanes, llegarían buenamente a conseguir la germanización de los eslavos de
dicho país. Es un error casi inconcebible creer que, por ejemplo, un negro o un
chino se convierten en germanos porque aprendan el idioma alemán y estén
dispuestos en lo futuro a hablar la nueva lengua o dar su voto por un partido político
alemán.
La raza, no estriba
precisamente en el idioma, sino en la sangre, se podría hablar de una
germanización sólo en el caso de que, mediante tal proceso, se lograse cambiar
la sangre de los sometidos, lo cual constituiría no obstante, un descenso del
nivel dela raza superior. Que enorme es ya el daño que, indirectamente, se ha
ocasionado a nuestra nacionalidad.
Lo que a través de la
historia pudo germanizarse provechosamente, fue el suelo que nuestros
antepasados conquistaron con la espada y que colonizaron después con campesinos
alemanes. Y si allí se infiltró sangre extraña en el organismo de nuestro
pueblo, no se hizo más que contribuir con ello a la funesta disociación de
nuestro carácter nacional, lo cual se manifiesta en el lamentable súper individualismo
de muchos.
Por eso el primer
deber de un nuevo movimiento de opinión, basado sobre la ideología racista, es
velar porque el concepto que se tiene del carácter y de la misión del Estado adquiera
una forma clara y homogénea. No es el Estado en sí el que crea un cierto grado
cultural; el Estado puede únicamente cuidar de la conservación de la raza de la
cual depende esa cultura.
En consecuencia, es
la raza y no el Estado lo que constituye la condición previa de la existencia
de una sociedad humana superior.
Las naciones o mejor
dicho las razas que poseen valores culturales y talento creador, llevan latentes
en sí mismas. De eso se infiere también que es una temeraria injusticia
presentar a los germanos de la época anterior al cristianismo como hombres “sin
cultura”, es decir, bárbaros, cuando jamás lo fueron, pues el haberse visto
obligados a vivir bajo condiciones que obstaculizaron el desenvolvimiento de
sus energías creadoras. Pero la innata fuerza creadora de cultura que poseía el
germano, puede atribuirse únicamente a su origen nórdico.
Nosotros los
nacionalsocialistas, tenemos que establecer una diferencia rigurosa entre el Estado,
como recipiente y la raza como su contenido. El recipiente tiene su razón de
ser sólo cuando es capaz de abarcar y proteger el contenido; de lo contrario,
carece de valor.
El fin supremo de un
Estado racista, consiste en velar por la conservación de aquellos elementos
raciales de origen que, como factores de cultura, fueron capaces de crear lo
bello ylo digno inherente a una sociedad humana superior. Nosotros, como arios,
entendemos el Estado como el organismo viviente de un pueblo que no sólo
garantiza la conservación de éste, sino que lo conduce al goce de una máxima
libertad, impulsando el desarrollo de sus facultades morales e intelectuales.
Nosotros los nacionalsocialistas,
sabemos que, estamos colocados en el mundo actual en un plano revolucionario y
llevamos, por tanto, el sello de esta revolución. Mas, nuestro criterio y
nuestra manera de actuar, no deben depender, en caso alguno, del aplauso o de
la crítica de nuestros contemporáneos, sino, simplemente, de la firme adhesión
a la verdad. Si nos preguntásemos cómo debería estar constituido el Estado que
nosotros necesitamos, tendríamos que precisar, ante todo, la clase de hombres
que ha de abarcar y cual es el fin al que debe servir. Desgraciadamente nuestra
nacionalidad ya no descansa sobre un núcleo racial homogéneo. El proceso de la
fusión de los diferentes componentes étnicos originarios, no está tampoco tan avanzado
como para poder hablar de una nueva raza resultante de él. Por el contrario,
los envenenamientos sanguíneos que sufrió el organismo nacional alemán, en
particular a partir de la guerra de los Treinta años, vinieron a alterar la
homogeneidad de nuestra sangre y también de nuestro carácter. Las fronteras
abiertas de nuestra patria al contacto de pueblos vecinos no germanos, a lo
largo de las zonas fronterizas, y ante todo el infiltra miento directo de
sangre extraña en el interior del Reich, no dan margen, debido a su
continuidad, a la realización de una fusión completa. Al pueblo alemán le falta
aquel firme instinto gregario que radica en la homogeneidad de la sangre y que
en los trances de peligro inminente salvaguarda a las naciones de la ruina.
El Reich alemán, como
Estado, tiene que abarcar a todos los alemanes e imponerse la misión, son sólo
de cohesionar y de conservar las reservas más preciadas de los elementos raciales
originarios de este pueblo, sino también, la de conducirlos, lenta y
firmemente, a una posición predominante.
Es un hecho que,
cuando en una nación, con una finalidad común, un determinado contingente de
máximas energías se segrega definitivamente del conjunto inerte de la gran masa,
esos elementos de selección llegarán a exaltarse a la categoría de dirigentes
del resto.
Todo cruzamiento de
razas conduce fatalmente, tarde o temprano, a la extinción del producto híbrido
mientras en el ambiente coexista, en alguna forma de unidad racial, el elemento
cualitativamente superior representado en este cruzamiento. En esto se dunda el
proceso de la regeneración natural que, aunque lentamente, contando con un
núcleo de elementos de raza pura y siempre que haya cesado la bastardización,
llega a absorber, poco a poco, los gérmenes del envenenamiento racial.
Un estado de
concepción racista, tendrá en primer lugar, el deber de librar al matrimonio
del plano de una perpétua degradación racial y consagrarlo como la institución destinada
a crear seres a la imagen del Señor y no monstruos, mitad hombre, mitad mono. Es
deber del Estado racista, reparar los daños ocasionados en este orden. Tiene
que comenzar por hacer de la cuestión raza el punto central de la vida general.
Tiene que velar por la conservación de su pureza y tiene también que
consagrarse al niño como al tesoro más preciado de su pueblo.
Ningún adolescente,
sea varón o mujer, deberá dejar la escuela antes de hallarse plenamente
compenetrado con lo que significa la puridad de la sangre y su necesidad.
Además, esta educación, desde el punto de vista racial, tiene que alcanzar su
perfección en el servicio militar, es decir, que el tiempo que dure este
servicio hay que considerarlo como la etapa final del proceso normal de la
educación del alemán en general. El Estado tiene la obligación de seleccionar
del conjunto del pueblo, con máximo cuidado y suma minuciosidad, aquel material
humano notoriamente dotado de capacidad por la naturaleza, para luego
utilizarlo en servicio de la colectividad.
Cuídese mucho de
saber apreciar debidamente la fuerza de un ideal.